Bienes y males,
desdichas y placeres.
Con esas flores
adorné mi huerto.
Algunas de matices seductores,
y otras con el color
magenta del dolor,
de la nostalgia el cerúleo tono
y otras con el fúnebre violeta,
color del luto y la tristeza.
Regué mi huerto con lágrimas
y entre risas lo contemplé
llenarse de matices.
En las tardes nubladas,
lo contemplé asomado a la ventana.
Y cuando el sol brilló,
lo miré brillar de igual manera intenso.
Paseando por sus veredas limpias
canturree las suaves melodías
que inspiraron mis mudables
estados de talante.
Si a veces pisé sobre adoquín,
en otras sobre el fango
del temor o de la culpa.
Las más de las veces sobre asfalto
donde no se dejan huellas.
Al aire suave del estío
suspiré de amor,
y en el otoño me resguardé
del gélido viento que deshoja
de sus árboles la fronda.
Y que en el cuerpo
me hicieron ser consciente de los años.
Pero siempre se llenaron mis pulmones
de vida, aunque a veces absorto,
sorprendido por la belleza
de la Creación que en arreboles
y en crepúsculos se resumen
mis posesiones
más preciosas y gratuitas.
Me hacían volver a respirar
con un hondo suspiro.
Los recuerdos se me volvieron
imágenes visibles solo a mí.
Mecenas a mis nostalgias entrañables.
Como aquellas viejas fotografías de paisajes
y de los seres que amé en la vida,
improntas instantáneas, fijas.
Ah, cuánto endeché aquello que se ha ido.
Y siendo estas últimas
el compendio de mi vida entera,
seguramente serán mis recuerdos
lo que me lleve a lo que llamamos
eternidad que quizá sea al final,
otra estación intermedia de mi viaje.
Carlos Fernando ®