LIZ ABRIL

NACÍ MUJER

Nací mujer...

Ya en mi vientre la cuna invisible que serviría de refugio a las semillas, se vislumbraba como una luna nueva.

En mis manos sostuve pequeños bebés de plástico a quienes canté canciones de cuna, imitando la voz de mi madre. 

Imaginé una casa con bellos jardines, rodeados de árboles frutales y en la sencillez de mis sueños, mi hombre estaba dentro de esa casa esperándome para construir juntos una familia.

Al pasar los años, junto con mis piernas, comenzó a crecer y extenderse un profundo deseo, que como una fuerza invisible iba invadiéndolo todo. 

Las lágrimas no tardaron en rodar por mis mejillas, a veces como ríos, otras, lentamente, como una pequeña gota que deja su huella en la arena.

Con los primeros sueños de amor, llegaron también las primeras decepciones, a decirme al oído que no era tan fácil ni tan sencillo, aquel sueño que por momentos, parecía tan remoto.

Pero a pesar de la falta de experiencia y de los consejos, salí a la vida con una sonrisa, escondiendo la tristeza y la soledad que siempre se cernían como una amenaza, cuando en medio de la noche, en mi habitación dejaba volar mis pensamientos.

Me tocó luchar... defendí con uñas y dientes mi verdad. Porque aunque estuviera equivocada, cosa que con el tiempo pude comprobar, para mí, era mi verdad. El amor, ese hombre con el que había soñado, desde muy pequeñita. El que iba a contenerme, a mimarme, a protegerme cuando tuviera miedo, a abrazarme cuando estuviera angustiada, a cuidarme cuando me sintiera sola.

Y si, gané la batalla y después la guerra, con honores y medallas. Un gran diploma que decía que ya era: \"Sra. de...\" Y me dispuse a representar mi papel como un verdadero soldado.

Nací mujer...

Y en mi vientre de luna nueva se acunaron las semillas y germinaron, estallando y saliendo a la luz, para crecer con su propio tallo, para florecer buscando un rayo de sol lejos de mis manos.

Y vinieron otras guerras, más duras y violentas. 

Y yo, soldado de la paz, enarbolé varias veces la bandera blanca.

A veces no es cobardía dejar de pelear. A veces hay que ser muy valiente para callar, para no cerrar el puño, para no claudicar, para quedarse.

Cada mujer tiene su verdad, que es sólo suya. A la cual defiende y debe defender cuando está convencida.

Todo tiene su momento. Hay un momento para deponer armas y hay un momento para empuñarlas.

Si miro para atrás...sé que fui capaz de defender lo mío, que puse el cuerpo y el alma, que no valieron amenazas, protestas entre dientes o gritos desaforados. Que yo, soldado de la paz, tuve que convertirme en soldado de una guerra que no quería, pero que era necesaria.

Nací mujer... 

Muchos creen que pueden doblegarnos. Muchos creen que pueden amedrentarnos, violarnos, amenazarnos, callarnos a puñetazos, engañarnos y hasta matarnos.

Y aún lo hacen, aún se quedan con un trozo de nuestra alma entre sus dedos. Aún se quedan con nuestros sueños, nos extorsionan y se aprovechan, nos utilizan y algunos casos también se quedan con nuestra vida.

Aún sonríen, mientras escarban con sus cuchillos en nuestro corazón.

Lo que no saben, o no quieren aceptar, es que las mujeres somos fuertes. Somos mucho más resistentes, que lo que dice esa etiqueta imaginaria, que repite en sus cabezas, que no vamos a aguantar, que no vamos a poder, que no lo vamos a lograr .

Yo nací mujer... y estoy orgullosa de serlo.

En este pequeño rincón del mundo, sigo peleando por mis derechos. Sigo luchando por lo que quiero.

Porque cuando tuve que convertirme en soldado e ir a la guerra lo hice y vencí al enemigo, pero antes, tuve que vencerme a mí misma.

Y de eso se trata, de vencer cada día, de frente al espejo o de cara al sol, nuestros miedos, nuestra soledad, nuestro cansancio, todos esos enemigos, imaginarios o no, con los cuales nos debemos enfrentar.

Soy mujer... y acá estoy... con las manos extendidas, dispuesta a darlo todo, a darme, a reconstruirme, a reconocerme en esos otros vientres de luna, que me reflejan, como si fueran un río. 


Porque cada mujer que nace lleva dentro de sí esa fuerza avasalladora que sólo tiene que descubrir, esa fuerza que es capaz, nada más y nada menos, de hacer que continúe la vida.


¡FELIZ DÍA INTERNACIONAL DE LA MUJER!