He de decirte desde que entraste
que mi tiempo son tus pupilas;
en él está el suspiro guardado,
ese que vuelve para quedarse
como olor de una rosa.
Ni la noche encendida podría igualar
el farol de mis ojos a los tuyos,
cuando al rácimo de tu azahar
se me vuelven eterna primavera.
Desde ese segundo
me viste el nardo
de tu amapola,
fragancia galopante
en oxígeno de cerezos.
Soy el que soy si te llamo
como a un prado,
en ese eco de fragua
se adorna tu nombre
de los labios míos.
Verte, abrazarte... besarte;
siempre día de los almendros
al agua de tu calendario
en el mar de mi huerto
Tanto me vienes al pecho,
que con solo un latido, cubriría
el tilo de tu pétalo
al lienzo de la pluma mía.