Antonia Ceada Acevedo

Relato érotico II de Rafaela

-Vamos Rafaela, hay que bañarte.

Ese era el momento más enigmático que vivimos cuidando a Rafaela, postergada en una cama móvil, donde sólo le respondía un pequeño porcentaje de sus extremidades…

Quizás, necesitaba hablar para distraer al  dolor de unos huesos  cascados  por la humedad de los ciclos, quizás porque hasta estos momentos de incapacidad no se  había liberado  de  si misma, quizás porque su imaginación llegaba a la puerta de la vehemente muerte…

 

                                               II

 

La  guerra  casi estaba acabando, había hambre en la aldea, los pactos escasos no daban para comer al  ganado, que era de lo que sobrevivíamos…

Una mañana de marzo, llegó “el  guardia civil “, que  vigilaba aquellos  terrenos, a galope en un caballo castaño. Paro en la puerta de mi humilde casa y bajo del caballo. Traía una capa verde (parte del uniforme)  con manchas de sangre muy viva…

-Buenos días Rafaela.

-Buenos días  Don Emilio. ¿Qué le trae por mi humilde casa?

-Perdone Rafaela, pero  he sufrido una caída del caballo y  traigo un gran corte en la espalda.

La casa que  más cerca me cogía era la suya, para pedir ayuda.

-¿Cómo le puedo ayudar Don Emilio, mi marido no está, salió muy temprano con el ganado…? ¡Usted me dirá!

-No lo sé Rafaela, pero me duele mucho y  no puedo cabalgar hasta la aldea.

Lo ayude a caminar hasta el interior de mi casa y lo  tumbe en  mi  colchon.En la chimenea cubos de agua tibia que esperaban calentar para lavar las ropas, los  arrimé  más al fuego.

Don Emilio sentado en la cama, casi sin fuerzas, se quito la capa, se desabrocho algunos botones de la chaqueta y la camisa… como involuntariamente se volvía tumbar.

Yo, buscaba paños para limpiar la sangre, mientras calentaba un poco  de  leche en  el fogón  de carbón donde cocinaba.

Me pidió que le ayudara a quitarse la chaqueta, los botones  que le quedaban por desabrochar  de la camisa.

Yo, temblorosa y dispuesta le  desabroche  los  botones de  la  chaqueta cuidadosamente mientras  el  miraba  a mis ojos fijamente. Se incorporo  lentamente ayudándose con un solo brazo se quito la chaqueta del uniforme sin dejar de mirarme.

Mientras yo, algo incomoda, por esa mirada tan avellana que le iluminaba  el rostro a pesar de su palidez.

-Era bello, educado, elegante  y disciplinado  Don Emilio.

Fue en el último botón de la camisa que le quite cuando un fuego me quemaba la cara mientras evitaba mirar su pecho  entretenida en sus ojos.

Como pudo se quito la camisa manchada de sangre y me pidió  que le mirara el costado izquierdo .Le  pedí que se volviera, me acerque  y  vi  como de un profundo corte brotaba sangre como si de un rojo  cielo  naciera una luna negra…

-¿Cómo fue la caída Don Emilio?-pregunté mientras limpiaba  la sangre del alrededor de aquel  corte corto y profundo, con el agua templada y un paño.

-el no contesto.

Mis pensamientos me atacaban pensando en tan corpulento torso, en tan rectos hombros, en tan perfectos brazos, que un palpitar en mis labios  menores, me asusto y  comencé a temblar más…me sentía húmeda, mojada…

Don Emilio me dijo que no tuviera  cuidado  que soportaría el dolor, y eso  hacía que me palpitara  más fuerte el  corazón clitoriano.

Me arme de  valor y me deje llevar…

Lave la herida  de Don Emilio con esmero, con frenesí  y  se subió al caballo sin dejar  de mirarme a los ojos hasta dar un golpe severo con las espuelas  a su castaño, esbelto caballo pero esta vez  con una fea sonrisa bajo su  nariz  afilada…

 

 

Antonia Ceada Acevedo