el álveo
(entre nosotros)
(A Walt Whitman)
Ahora, tras treinta y ocho escasos años
en esta absurda militancia de vida y poesía,
me detengo a descansar en la vaguada de mis versos
con los tuyos a mi lado
y, echando la voz atrás, para emularte,
puedo comprobar que no han servido de mucho,
que, piedra sobre piedra, quedaré como todos:
Sepultado bajo el túmulo de mis huesos precedentes;
que, ladera abajo, los gritos de los hombres ansían todavía
alguna migaja de pan de paz,
de agua de alma, que decante de su ser
en lágrimas, y silencios que se agolpan y caen, gota a gota
al yermo, desierto y baldío cuerpo inerte
a que el tiempo y las circunstancias nos abocan.
Y que, aún teniendo todo esto presente,
del tronco firme y glorioso del sauce
sin cuya sombra no alcanzo a concebirme
suena leve y difusa,
y frágil como sueño se desgaja,
esa corteza que aún requiere de la luz
entre las hojas del bosque
y clama reclamando libertad al alba, que flamea peregrina
en un cáliz resonante de transparencias y justicia
que le devuelven la esperanza sobre esta especie de ceniza
que sobre sus propias cenizas se cierne cada vez más gris y cenicienta.
Pues si algo comprendimos de todo lo vivido
por mí y por nosotros,
y tal vez contigo, y sin dudas de ti,
en la sola y austera soledad que nos aguarda
a cada esquina del verso sangre, que aquí palpita y arde en llamas
(entre nosotros)
es que no hay un dios sobre esta tierra, ni en ninguna otra,
que pueda salvarnos de nosotros mismos
si nosotros mismos no ponemos primero empeño en que así sea.
Pues nuestra depredación es constante y sangrienta,
en nuestra salvaje naturaleza, que sigue derramándonos
a un paroxismo irracional y sin término hacia un abismo insondable
que nos convierte, después de todo, en mudas sombras, que ciegas tientan
e intentan probar con sus labios, esclavos ya de tanta materia
como prueban, sin control alguno,
a flor de sangre tremebunda,
a hiel de quimera tumefacta
en el himen roto de un sueño que a todos nos incumbe y abraza
mientras vivimos esta fantasmagoría de carne,
acaso un bocado de estrella fugaz en un cosmos inasible,
asaltante del espacio concerniente, pirata de la nada circundante
donde la misma guerra en que nos hemos convertido
con el solo hecho de nacer y ser hombres
nos vuelve feroces bestias en una terrible lucha de iguales
que jamás podremos ganar
y debemos detener a cualquier precio.
Este es el sacrificio que sostengo, esta mi cruz, y también la tuya.
Y debemos encontrar la forma de hacerlo, queramos o no.
En nuestra propia conciencia se halla y estalla la batalla
la solución definitiva y perfecta que nos lleve adelante,
hacia el siguiente paso
antes de que sea demasiado tarde.
Por eso digo al hombre que soy, y que eres,
Somos, estamos y aquí seguimos
y aquí tenemos de seguir, y juntos seguiremos
siempre de frente, con el sol en el pecho,
mirando el camino que se presenta a nuestros ojos
y la luna entre las manos
agrietadas y encallecidas de tanto medrar y rebrotar
para acariciar el tenue cántico del nácar,
para que florezcan de nuevo azules primaveras
que arrastren cada nota en el pentagrama de la vida
y se escuche alto y claro la música silenciosa del viento en el costado
que nos mece y estremece entre las amapolas del estío,
en el nicho de esperanzas que dejamos a los que vayan tras de nos.
Porque la vida sigue siendo cada día
un corazón dormido que despierta en la mañana
porque el hombre sigue siendo un animal hambriento de sí mismo
y esto tiene que cambiar,
y esta poesía, mía y tuya,
será entonces rugido de concordia
y afecto por su especie;
porque ama a todo aquel que no conoce
como si lo hubiese parido en un poema silente
inédito, jamás imaginado sin ti, hombre, alma,
ser humano al fin y al cabo.
Porque todo vive bajo el amanecer aunque el sol ya se haya puesto
porque todo continúa moviéndose bajo el sino del amor
porque todo cuerpo se pudre y descompone lentamente
para que pueda tener presente en un futuro a tu lado, tierra mía.
Sí, a tu lado, arcilla vasta que te expandes descontroladamente
pues que a ti se dirige todo esto
en un movimiento sucesivo de palabras y cuerpos
porque el tiempo pasa pero el sentimiento
que te ha ido moldeando las entrañas
es lo único que queda
dentro de ti.
Porque el viento lo recoge una vez más y las que hiciera falta
para hacer que lo respires
y puedas sentirlo tuyo
como si fuera de nuevo, con tu propio aroma, con tu propio sudor
mestizo de colores y de rabia
que entre tantas y tantas generaciones,
que te han forjado tal y como eres
desde que ambos naciéramos en aquel ayer
que ya nadie recuerda
hasta este hoy en que aprendimos a vivir
en un continuarnos mutuamente,
escuchando los aires del mito que persiste
y el rumor inmenso de las olas que nos llevan
al vacío de los nombres
donde sea desecha toda idea de significado,
salvo la trémula virtud de esa constelación humana
y, por tanto, divina
que nos aguarda al final de todos los finales
mientras caminamos, codo con codo,
como puntos suspensivos...
Hermanos, hijos,
padres, madres,
mujeres y hombres todos,
unidos, y presentes ahora,
en este verso para siempre...
M.Á.M.