Voy a amarte, hermana,
con ese amor profundo
que nuestra madre mostrara,
¡con todo el amor del mundo!
Ahora en tus frescos años,
en tu despertar de niña a mujer,
en todo tu crecimiento,
y hasta cuando el tiempo haga
sus daños en nuestra piel.
Voy a amarte, hermana,
con entendimiento y real amistad,
porque también soy mujer como tú,
y comparto tus vivencias.
Es general la creencia
que le es difícil a una mujer
hacer una amiga,
pero una hermana es
una amiga que te da la vida.
Yo seré tu madre si lo precisas,
tu confidente y tu paño de lágrimas,
te alimentaré en tu hambre,
te acercaré el agua, si sedienta.
Consolaré tus penas
y reiré tus alegrías,
me emocionaré en tus logros,
y participaré en tus luchas;
para ayudarte como nadie,
para aconsejarte siempre,
pero sin juzgarte, y,
aceptándote sin condiciones,
así como vayas desarrollando
tus inevitables transformaciones.
Me será fácil amarte así,
porque al acunarte
cuando eras bebé,
jugaba a que eras mi hija,
y te mecía en la cuna
mirándote largamente,
fijando para siempre
tu rostro en mi alma,
como la más cara alhaja.
Voy a amarte, hermana,
con ese amor infinito y bueno
que Jesús mostrara:
¡con todo el amor del cielo!