José Adolfo Fernando

La Soledad y su espejo

Así suele ocurrir el encuentro

en las horas casi eternas del Alba

antes del día o después de la Noche,

que importa ya, si el día es noche o la noche es día

o es oda sin sol cuando quedas tristemente solo.

 

Acechando, lúgubre, terrorífica y galante,

se escondió en los subterráneos de mi cuerpo

 no quiso exponerse a las miradas de terciopelo

púrpura del Cielo

Como un salto sin sus piernas, como un llanto sin su boca,

como ojos sin sus lágrimas, así llegó

enhiesta entre las puntas aceradas

de los galardones pomposos del Crepúsculo matutino

 

Terriblemente escondida

entre los pliegues de mi ser,

confundida, inmensamente confundida

en los ecos apagados del pozo de la Muerte.


Como un Silencio profundo

de firmamento dormido, sin sonidos sin colores

Sin oro y sin estiércol,

sin arrebatos ni filosofías

 

Sin canto de jilgueros, ni pastorales,

sin modo ni estornudo,

aquel Silencio que ha domesticado a la Muerte,

aquél que anhelamos en el reposo del instante.

A ese Silencio del espejo, me he invitado y te invito

para que purifiques tus lágrimas, y como yo,

también, nuestra Soledad