Mi cuerpo poco a poco se va deteriorando.
Las fuerzas, el vigor de antaño, no están presentes.
Algún mal acecha escondido, esperando.
Ley de vida, ley natural ya que no es eterno y lo sientes.
Un don que me ha sido dado y cuido con disimulo,
Sin exagerar, ni desesperarme, aceptando los límites que en el camino encuentro. Éstos no podrán jamás ahogar mi alma noble y etérea.
Límites, límites son, que se aceptan con la razón, sin caer en obsesión.
Mi cuerpo, cual viva crisálida llegará un momento que liberará la mariposa que lentamente se está formado con el tiempo. Si a romperse resiste, si no se cede, (antes o después lo hará) puede causar serio sufrimiento del ser eterno que anida dentro.
Una mariposa que será eterna. No es como las comunes que salen, extienden sus alas, ofrecen sus hermosos colores y pronto se convierten en polvo.
La mariposa que nace de nuestra alma es eterna. Sus colores vivos, brillantes, hermosos, engalanarán la creación sin llegar a un fin preciso, porque fue creada, única, perfecta, para la eternidad.
Cuidaré y lucharé por ti, hermano asno (así lo llamó san Francisco de Asís), don precioso y preciso.
Gracias a ti puedo abrazar y amar al ser que amo. Cantar mis canciones al viento. Escribir todo lo que en lo profundo siento.
Puedo compartir y gozar de mis amigas de mis amigos, de frente a un té divino, un Pampero, una cerveza o una copa de vino.
A través de ti puedo acudir a quien me necesita, consolar, abrigar, hacerme presente como lo hago ahorita.
Puedo contemplar y vivir en profundidad lo que la vida me da, no por pura casualidad, sino por don gratuito.
Seguiremos codo a codo, hasta ese último día, cuando liberes al alma mía.