Durmiendo un día estaba
en aquel parque de atrás
soñando con los ríos
viajando por las notas,
coloreando el cielo
de azul, el más oscuro,
pintándolo de noche
y sin luna
Crecí y crecí y crecí
La ventisca
hachaba piedras añosas,
con lágrimas de cuarzo
silente,
sus penas en hilos verdes,
callando y naciendo
con tantos pequeños ojos
entre los vestidos de la bruma
y yo volando lejos, fui tan lejos :
la bruma se transformó
en ceniza blanca, y
me saludaron los volcanes.
Mis sentidos se tomaron
el calor y los aromas,
por tanto tiempo
desterrados.
En esos instantes
de saliva y seso
seguí las huellas ofrecidas
con su fragancia
tan esencial.
Aquélla,
la única celeste,
la del color tierra y agua,
la que se transforma
en abejorros
transparentes
entre las raíces
que se nutren solo de
estrellas,
las que duermen
titilando y navegando
polénicas
sobre el mar.
Allí me dormí, allí
me desperté y allí aprendí
de los instantes el gozo.