(CUENTO INFANTIL)
Pollito Piquito era muy feliz en su granja junto a su familia, su madre, la señora gallina Tipofino, la cual envidiaban sus amigas que siempre le decían: Tú no vales ni para caldo- Ella les respondía: Mejor, así no terminaré en el puchero. Su padre Canta Fuerte, cada mañana se encaramaba en las cercas de la granja y en cuanto amanecía entonaba su KIKIRIKIIII para despertar con buen ánimo a los vecinos del corral, el resto del día se dedicaba a ensayar su voz a la que cuidaba con gran esmero. Pollito piquito le quería imitar, pero cuando intentaba cantar le salía; kikiriiiii…, kikiriiiiii…, pero no era a seguir, el se ponía muy triste, su padre le decía que no se preocupase ya que aun era muy chiquito, que ya le saldría la voz cuando creciese. Eso no le gustaba al pequeño pollito ya que se sentía ya un polluelo. Su tío Federón era muy gruñón, siempre estaba molesto por algo, pero pese a sus enfados con su pequeño sobrino siempre era muy cariñoso. Le solía consolar contándole sus experiencias en el terreno del canto.
Mira Piquito le decía: yo también quería cuando era un pollito cantar tan bien como el mejor de los cantores, pero tuve que esperar a mi momento, todo tiene su tiempo; he tenido que tener paciencia hasta que mi voz madurara y aprender tan bello arte, luego fui muy dichoso cuando me nombraron Cantor Mayor del corral, lo mismo como ahora tu padre, y ahora ya ves, mi voz con los años se debilitó y le tuve que dar paso a mi sobrino, tu papá. Ya te llegará tu tiempo jovencito, ahora lo que a ti te toca es estudiar. Pollito Piquito se resignó e hizo caso a los consejos de su gruñón tío.
Su abuelo era el que ponía orden el corral, por eso le llamaban Gallo Mandón. El ser el más anciano de la granja le daba categoría por la gran experiencia que tenía de la vida. Era muy respetado y nadie contradecía sus sabias decisiones.
Tía Kika era una gallinita de constitución muy pequeña pero muy inquieta y trabajadora, ella ayudaba a su madre, era la que se encargaba de recoger gusanos y caracoles cada día para el menú familiar ya que eran los alimentos imprescindibles en la mesa.
Cada mañana cuando su padre despertaba, con su voz de tenor el corral Pollito Piquito se desperezaba, abría la ventana del nido para que se ventilase y se dirigía a la ducha, acicalaba sus plumitas, luego se dirigía al cebadero y desayunaba el rico maíz con unos buenos tragos de agua, de seguido limpiaba bien su piquito y después fregaba el cuenco del desayuno y los recogía, de seguido arreglaba su nidito y limpiaba bien el recinto, lo dejaba todo bien recogido tal y como su madre le había enseñado. Mientras su mamá sacaba del garaje sus Autohuevo para llevarle al colegio y de paso hacer la compra y llevar a la envasadora los huevos que ella y sus vecinas había puesto el día anterior. Su madre era una mujer muy trabajadora y sabía negociar muy bien el precio de su preciada mercancía. Ella era una empresaria muy hábil y con su trabajo mantenía a su familia y ayudaba a sus vecinas a ganarse unos dineros con sus puestas.
En la familia de Pollito Piquito eran muy felices porque estaban muy unidos y eran cada cual responsable de sus tareas y además, sabían respetarse, pues sabían que cada cual tenía sus virtudes y defectos y había que saber ser transigentes y también aprender a corregirse.
Así que el pequeño pollito sabía muy bien cual era sus obligaciones. Cuando llegaba del colegio salía a jugar con sus amiguitos hasta la hora de hacer los deberes escolares, luego cenaba, limpiaba de nuevo sus amarillo piquito, y se iba a su nidito a descansar, su papá o mamá le contaban un cuento, hacia sus oraciones y se quedaba dormidito después de un día muy laboriosos.
Los fines de semana se iban a la ciudad de excursión, él junto a sus amigos se lo pasaban muy bien subiendo y bajando por las escaleras de los almacenes, aquellas escaleras que se movían solas y les hacía tanta gracias porque si alguno se caía sus plumitas se erizaban y parecían puercoespines.
También se reían mucho contemplándose en aquellos espejos que distorsionaban sus figuras. Al final se tomaban un rico helado de sabrosos cereales y se marchaban en el auntohuevo de su mamá. Durante el trayecto cantaba muy contentos porque se lo habían pasado de rechupete.
Al pequeño Pollito Piquito no se le olvidaba lo que le decían sus papás como que su deber principal era estudiar para cuando fuese mayor tener su trabajo y poder independizarse. Él lo tenía muy claro, ya sabía lo que quería ser cuando ya fuese hermoso gallo. Deseaba ser como su papá, y como su tío le decía que su voz se asemejaba a la de un barítono ya había decidido estudiar Canto Kirkikiano por eso se aplicaba mucho en sus estudios.
Luisa Lestón Celorio
ASTURIAS, ESPAÑA
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