Llevamos veinte horas de navegación, el mar encrespado anuncia el mal tiempo.
En el puente, hay un ambiente relajado, tanto como lo permite el ser camaradas conocidos desde hace años. A mi vera el teniente al mando del timón, mira el horizonte como un monje tibetano.
Para hacer amena la jornada, ya gastamos todos los temas hasta algunos delicados, eso si tangencialmente, como lo son los de la política.
Sin saber qué decir, le comento que apenas regresemos, iré a cambiar el automóvil, si renuevo a un modelo con los nuevos avances del confort, hablaba de la alegría de mi esposa y ni contar los niños, que podrán llevar al perro, pues es un modelo que lo permite.
El color, fue tema de varios minutos, pues quisieron convencerme de las ventajas del blanco, yo elegí el verde, quizá por mi idea caprichosa de la estética.
Cambiando el tema y para fijar mi autoridad, pregunto nuestra ubicación y el contramaestre, informa un 36º03´50 norte y 4º59´34 oeste.
O sea que estábamos al límite de nuestro radio de control.
Ponga rumbo a nuestra base teniente, dije con infinito alivio, mientras la patrullera se inclinaba a babor, dejando una estela de espumas al tiempo que de sus entrañas los rugidos del motor, delataban nuestros deseos de regresar.
Al completar el giro, a estribor, emergía y desaparecía en las olas
una patera al borde del naufragio.
El mar, a merced del viento encrespaba las olas, haciéndonos invisibles por momentos en un juego perdido para los pobres diablos de la patera.
Será dificultoso el rescate, no podemos acercarnos sin hacerlos zozobrar. Deberemos mandar los zodiacs, solo tenemos dos y esa maniobra nos tomaría muchas horas, con riesgo de personal.
Podría pedir asistencia de helicópteros, pero el viento es intenso, me negarán esa ayuda.
Teniente, cuantos calcula que son, - más de ochenta-, me contesta.
Pienso en los diez y seis viajes de rescate..., es gente difícil, no entienden y están desesperadas...
No bien terminada esta reflexión, una ola da de proa, llegando al puente, los limpia parabrisas comienzan a girar, limpiando los cristales.
El comandante, mira al teniente y entre ellos el silencio se hace insoportable.
¿Que rumbo tomo, señor?, dijo a media voz el teniente.
-Continúe a puerto, teniente-. Dijo esto mirando el horizonte.
-Contramaestre, deje constancia de la ausencia de objetivos y de las condiciones climáticas, concluya con un, sin novedad...-
La popa del patrullero, dejaba una estela de espumas, alejándose de la realidad.