Dejé en la brisa mi fragancia, esperando llegue hasta ti.
Lancé mis besos a la bruma, prometióme dártelos uno a uno.
Acaricié la niebla mañanera, te acariciará al verte.
Abracé la tarde que se iba, al encontrarte te abrazará hablándote de mí.
Arrojé mis versos a las estrellas, hoy cuando las mires, declamarán por mí, para ti.
Mimé tu figura en mi cama solitaria, mientras la luna iluminaba mi alcoba. Esta noche te mimará en cada rayo de plata que atravesará tu ventana, acariciando, rozando, tu cansado cuerpo.
Agasajé tu figura hermosa mientras contemplaba una estrella fugaz, la misma que me aseguró que te agasajaría cuando la contemples desde tu balcón florido.
Arrullé la noche con mi canto, mirándome tiernamente díjome: “Arrullaré con mi dulce canto a tu amor, por ti”.
Oteo el inmenso horizonte y no puedo evitar amarte en el silencio, en cada latir de mi corazón errante. Veo un ave solitaria que se pierde en la lejanía, quisiera convertirme en ella y volar hacia ti, anidar eternamente en tu alma solitaria, sintiendo el calor que emana de tu sombra, de tu aliento, de tu cuerpo deseoso del mío y no separarnos jamás.
Eres el sol que entibia mis mañanas de invierno;
el agua fresca que calma mi sed en verano;
el bálsamo perfumado, lenitivo efectivo de cualquier dolor;
vestido suave que cubre mi desnudez;
palabra certera en mis silencios existenciales;
faro seguro que guía mi barca extraviada;
vino tinto fresco, afrutado, que calienta mis entrañas;
mi manjar exquisito que sacia todo deseo;
la perfecta unidad en la diferenciación de nuestras almas;
la música suave que calma todos mis sentidos;
eres y serás siempre en mí y yo en ti, amor, eterno y único amor.