El sol se aleja en el horizonte
y sus rayos tibios ya no arden,
el crepúsculo asesinó a la tarde
y se vistió de luto con la noche.
Por ese cadáver vespertino
el viento gime de dolor
y el pétalo de cada flor
llora con gotas del rocío.
A la tarde inerte y fría
la enterraron sin epitafio,
y el viento a su pelo lacio
unas trenzas le arremolina.
Víctimas de crueles asesinatos
las tardes cada día sucumben
y mientras los cirios del cielo alumbren
habrá puñales arrebolados en el ocaso.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela