Era el mediodía, yo la vi pasar.
Sus manos se abrían al viento del norte,
sus labios cantaban a la libertad
y en sus negras pupilas lucían otros soles.
Las lunas de Júpiter llevaba en su bolso,
junto a las estrellas de la madrugada
y unas decepciones que anegaron todo
de mañanas grises y tardes amargas.
Atrás se quedaron sueños impensables
de amores y besos, de gritos de rabia,
de horas perdidas e irrecuperables,
y un tiempo brumoso de hielo y de escarcha.
Era el mediodía del sol y la luna
y también lo era de mi fantasía,
era mi delirio, mi canción de cuna,
era en este mundo lo que más quería.
Peregrina errante por derecho propio
adicta al señuelo de las utopías,
audaz y valiente no dejó que otros
fijaran el rumbo de su travesía.
El tiempo no pudo borrarme el deseo
suave y perfecto de sus geometrías
y siguen grabadas aquí en mi cerebro
noches empedradas de celos que herían.
Aunque ya mi mente dude que sea cierto
no puedo olvidarlo, era el mediodía.
Yo la vi marcharse y me quedé quieto,
envuelto en la niebla, sin pulso y sin vida.
De nada sirvieron promesas y ruegos
pues vi claramente que no me quería,
sus brazos cayeron en huelga de celo
e ignoró mi llanto su mirada fría.
Fue para mi alma el edén perdido
que mi vida nunca recuperaría.
Se marchó volando, entonando trinos,
se perdió en el viento y en la lejanía.
Y yo quedé preso, solo en esta cárcel
tras unos barrotes de melancolía,
rumiando fracasos que de tarde en tarde
me traen el recuerdo de aquel mediodía.
Viento de Levante