San Lorenzo, 11 de junio de 2009
Querida Prima:
Realmente hace mucho que deseo escribirte una carta, pero me ha costado comenzarla, no sé bien porqué, tal vez sea porque nunca te escribí ninguna.
Tú sabes muy bien mi vida, es más, debes saber también muchas cosas que yo ignoro, ya que me llevas algunos años y me viste crecer. También veías cosas que a mí me pasaron inadvertidas y que tienen mucho que ver conmigo, o sea cosas de la familia y sobre todo de mis padres.
A la vista están los fracasos que muchos hemos tenido, así también los aciertos, sería muy extenso enumerarlos, pero te cuento que en mi cabeza pasan innumerables recuerdos y a la distancia me explico muchas cosas.
Me hubiera dado mucho gusto ahora estar cerca tuyo, sobre todo que en las retrospecciones que realizo me doy cuenta que a tus ojos nunca dejé de ser ese niño frágil que tanto amaste. Con mi madurez actual podría inquirirte y esclarecer algunas dudas que tengo sobre cosas que pasaban o pasaron en mi entorno durante mi niñez.
Tal vez pienses que de qué puede servir esto, pero aunque no lo creas, a mí me serviría sobre todo en relación a mi trabajo: Consejero y escritor.
No es posible ayudar a entender su vida a los demás si el consejero mismo no entiende la suya propia.
Uno de los temas que me agobió siempre era la falta de afecto de mi padre así como la incompetencia de mi madre. Pero, como no iba a ser así, si la madre de mi padre no le daba nunca afecto a nadie y era una egoísta que solo pensaba en ella misma. Durante años me preocupaba el hecho que cuando ella murió yo no lloré ni tuve el más mínimo sentimiento de pesar. Siendo ya adulto un día, en que estábamos de asado en casa de tus padres, les pregunté al Negro y a Perico, tus hermanos, que si ellos, siendo mayores que yo, recordaban que nuestra abuela me hubiera dado un beso o tenido en sus brazos, a lo que me pidieron que no les arruinara la fiesta haciéndoselas recordar, yo les pedí disculpas y les dije que sabía que ella había sido mala con ustedes y muchas veces les había hecho castigar injustamente, pero que les pedía que por favor me contestasen mi pregunta a lo que casi gritando me dijeron: -“Vos sos el que no entendés, ¡“Tu” abuela nunca le dio un beso a nadie!”, (¿de quién iba a aprender amor mi padre?). Por otra parte mi madre me tuvo siendo casi una niña ¡dieciséis años!
Estas cosas, como sabes, me trajeron muchos conflictos y problemas; recuerdas que teniendo apenas cinco años me enojé con ellos y me fui de la casa… y, donde podría ir a esa edad… solito… ¡a la casa de ustedes que estaba a dos cuadras! Mis padres, en su ignorancia se rieron de lo que hice, pero a los nueve años me volví a ir (que paliza me dieron), y me aguanté hasta los dieciocho en que me fui un poco más lejos: a doscientos kilómetros. Y, aunque volvía, siempre me iba de nuevo a distintas partes, hasta que ya no volví más.
El tiempo y mi casamiento arreglaron muchas cosas. Pero algo era evidente: mi padre lo quería y ayudaba más a su ahijado (tu hermano) que a mí. Tal vez fue en contrapartida de esto que nos unimos tanto con tu padre, mi amado tío Pedro.
Pero yo me perdí muchas cosas, debí apegarme más al amor que ustedes me ofrecían, debí compartir más… ahora ya es demasiado tarde y hay mil kilómetros entre nosotros.
Ahora nuestros mundos se han separado de manera irreversible. Tampoco yo soy la misma persona que vivía en Paraná, de manera egoísta e ignorante. Dios y la vida me han cambiado de forma sideral. Aún así nadie cambia tanto como para olvidarse su pasado y, por más que llevo quince años viviendo en Paraguay, rodeado de otras personas, que con el tiempo y el amor que me prodigan han pasado a ser mi familia, cada día son más vivos los recuerdos que tengo de ustedes. A veces fantaseo que me hubiera sido mejor que me quedara a vivir con ustedes, cuando era chiquito, cuando mis padres me pusieron en sus manos porque mi propia madre no podía cuidarme y yo terminé llamando mamá a tu mamá… Hubiera tenido una vida como la de Alfredo, tu papá hubiera sido mi papá (aunque en muchas maneras lo fue).
Tus padres ya no están, pero me paso pensando en ellos; esos vasos que me diste y en los que ellos tomaban sus bebidas, quiero que sepas que siempre los uso, ora el de tu mamá, ora el del “nono”… y me parece que los veo… que los oigo. ¡La voz de mi tía Cele… con su ternura infinita!... ¡La voz de mi tío Pedro… con su sabiduría escondida!
Bueno Queca, no te quiero entristecer más, en realidad ellos no sembraron en vano, y el inconmensurable amor que se tuvieron entre sí y el que prodigaron, ha dado su fruto en todos los que les sobrevivimos, los que ellos amaron. Y tú fuiste la que más los disfrutó y recibió de ellos, sí, porque también fuiste la que más los apreció.
Recordando todo esto y recordándote me vino un poema sobre ti, y aquí te lo envío:
“Yo soy Aurelia”
La mística soledad que hoy me acoge,
en el secreto de mi tristeza íntima,
se mitiga con las queridas voces
de los nuevos retoños que palpitan…
Al son de los ritmos familiares
crecen, y así mismos se duplican,
estertores que al pasado magnifican
en retóricos y mágicos rituales.
Yo soy Aurelia, ya no me roben
más mi identidad ni mi memoria,
si he de tener alguna gloria,
que sea total, ¡nadie la estorbe!
Amé a mis padres, a mi familia,
fueron mi credo, mi religión, mis dioses;
y aunque pasen los siglos de los siglos,
y aunque no estén, oigo sus voces.
Mi madre buena…
que cual un ángel su voz no alzaba,
y sólo amor… y sólo paz…
nos enseñaba…
Mi padre un héroe, bruto romántico,
audaz corsario de una ignorancia hecha audacia…
para que en años de acierto y falla,
en sabio y justo se trastocara.
Yo quise serlo, intuí la fama,
supe que el cielo por mí miraba,
y amé sin límites, con esperanza,
cada minuto que Dios me daba.
No tengo miedo ni vierto lágrimas
ni me arrepiento de haberme dado
enteramente; no es pecado el amor vicario,
no es un pecado… es una dádiva.
No tuve hijos, sí tuve hermanos,
tuve sobrinos, primos y el daño
que pareciera que esto fuera,
leyes supremas lo han compensado.
Muchas mujeres tienen marido,
con lindas bodas y aniversarios,
yo, nada de eso, sólo trabajo ¡y más trabajo!
Me han florecido hijos-sobrinos,
también me florecen primos-hermanos;
últimamente: sobrinos-nietos…
¡ha florecido un vientre en mis manos!
Yo he creado mi paraíso,
mi propio cielo con convidados,
mi Edén secreto, mi Edén privado,
lleno de amor… ¡y de trabajo!
Aurelia Larsen, así me llamo,
y tiene el nombre significado:
“La coronada que es de laureles,
la que es de oro, la venerada”.
Yo soy Aurelia, no se equivoquen,
no he fracasado, que los laureles
crecen frondosos de fuertes verdes
y olor fragante ¡aquí en mi patio!