Paulatinamente en una salida del sol
se funde el horizonte,
extendiendo su calor por todo
el despertando pulmón verde,
atraversándo poco a poco
por su arteria principal,
nuestra chalana de madera
Un soplo de viento de medio día refrezca;
el sudor se abraza a nuestra piel,
niños desnudos nos dicen con la mano
un adiós para siempre antes de saltar
en las aguas turbias del rió
La chalana atada con cuerdas bien sujetadas
bajamos en fila india al desembarcadero,
tratando no despertar la guardia de la misión,
una nutria, matando el tiempo hasta mañana
El jóven Panare, Bartolomeo,
con su sonrisa de melón,
muestra nuestro regalo de un bolígrafo
a la dama vestida en negro llamada Hermana Siobhán
El promete rezar para nosotros;
¿no hubiéramos rezado mejor para él?
En un remanso solitario los delfines traviesos
nos entretienen con su juego
de emerger y sumergir
antes de que una foto sea testigo
La tarde se difunde sus sombras,
las blancas fortalezas, arriba en sus alturas,
se sonrojan en la despedida del sol
todavía esperando un enemigo,
sin darse cuenta que sus cañones
quedaron mudos hace tiempo
El telón de la noche cae,
el calor se disminuye su intensidad,
siluetas de garzas manchan el tapiz celestial,
sus gritos de buenas noches violan la calma,
por un tiempo
Un silencio,
hasta de repente en unísono las voces de la selva
nos brindan su nana,
para acompañarnos en sueños,
mesidos por un suave vaivén
en nuestros chinchorros