David Arthur

Orinoco

 

 

Paulatinamente en una salida del sol

se funde el horizonte,

extendiendo su calor por todo

el despertando pulmón verde,

atraversándo poco a poco

por su arteria principal,

nuestra chalana de madera

 

Un soplo de viento de medio día refrezca;

el sudor se abraza a nuestra piel,

niños desnudos nos dicen con la mano

un adiós para siempre antes de saltar

en las aguas turbias del rió

 

La chalana atada con cuerdas bien sujetadas

bajamos en fila india al desembarcadero,

tratando no despertar la guardia de la misión,

una nutria, matando el tiempo hasta mañana

 

El jóven Panare, Bartolomeo,

con su sonrisa de melón,

muestra nuestro regalo de un bolígrafo

a la dama vestida en negro llamada Hermana Siobhán

 

El promete rezar para nosotros;

¿no hubiéramos rezado mejor para él?

 

En un remanso solitario los delfines traviesos

nos entretienen con su juego

de emerger y sumergir

antes de que una foto sea testigo

 

La tarde se difunde sus sombras,

las blancas fortalezas, arriba en sus alturas,

se sonrojan en la despedida del sol

todavía esperando un enemigo,

sin darse cuenta que sus cañones

quedaron mudos hace tiempo

 

El telón de la noche cae,

el calor se disminuye su intensidad,

siluetas de garzas manchan el tapiz celestial,

sus gritos de buenas noches violan la calma,

por un tiempo

 

Un silencio,

hasta de repente en unísono las voces de la selva

nos brindan su nana,

para acompañarnos en sueños,

mesidos por un suave vaivén

en nuestros chinchorros