Desde luego me vi enterrado en la soledad,
lamentablemente éramos muchos, pero distantes,
similar en ausencia mirando el viento
dispersarse entre las sombras y siluetas,
de pronto se rayaron las paredes de sueños,
en lamentos ocultos un grito húmedo
ocasionó la lluvia delirante del tiempo,
no hubo ni sal, ni una golosina en la gula de los pobres,
éramos los mismos, arropados de carne
midiendo el equilibrio de los huesos
entre tantas huellas aniquiladas por la tierra,
imaginábamos raíces liberar la inspiración,
pero, en años la realidad fabricaba las páginas
que sin querer o con querer, daba por finalizado
el sueño de salir de ésta necesidad homogenéa
de fabricar papeles para los libres de talento,
muchas veces quise encontrar una salida
a éste gesto íntimo en eso que llaman libros,
pero el destino evacuaba mis delirios matutinos,
lamentablemente crecí -sigo creciendo,
embutido en la misma tierra labrada por el destino,
sin el placer indómito de vivir con la tinta sanguínea
y volver-me loco entre tantos maniquíes esclavos
sacándome la rutina de mis ojos de crepúsculo,
editando mi piel, con esos garabatos de colores
que yacen en la naturaleza tanto viva como muerta
y decirme por un segundo, que pude ser artista
en la negación de mi pecho, al seguir otro camino,
donde estoy ahora, mirando la tierra labrada
por el mismo agricultor empecinado
en hacer crecer poemas de un lugar recóndito,
enjaulándose en una mancha, en la oscuridad del poeta,
es triste este sentimiento, duelen las palabras,
duelen los árboles, talados de entre el pavimento,
quemados por el tiempo, olvidados por la tinta
esparcidas en esos libros donde el árbol ha escrito su último oxígeno.