San Lorenzo, 24 de octubre de 2009
Estimado Roy,
Sobre ángeles y extraterrestres:
Tu pregunta me fascina pero también golpea, mas, como ha llegado la hora de contestártela, voy, como se dice: a tomar el toro por las astas.
Lo que haré en principio será relatarte mis propias experiencias y así llegar a manifestarte lo que: deducción, inferencia o revelación, yo entiendo, o creo entender de este asunto, del que tanto hay escrito y del que casi todos quieren opinar, respetando en lo posible la cronología de los acontecimientos.
Te cuento que cuando tenía dieciséis años, tuve mi primer encuentro con seres que indiscutiblemente no eran humanos en el sentido estrictamente terrestre.
Como sabes vivía en la ciudad de Paraná, Entre Ríos, República Argentina, estaba cursando el cuarto año del bachillerato y por esos días dejé de participar en el culto de los “Testigos de Jehová”, religión que practicaba, porque mi madre se salió de la Católica cuando yo tenía diez, y nos arrastró con ella, bajo el permiso de mi padre que no se metía ni quería saber nada de religión.
Mi padre contaba que él había concurrido un tiempo a un culto evangélico, pero se descreyó de los religiosos cuando el pastor de dicha iglesia se fugó con el dinero que los hermanos habían recaudado para la construcción de un templo.
También por entonces me interesé en la política, pero más por las ciencias esotéricas, que por entonces eran ocultas.
Sabes que la familia de mi madre vivía casi toda en la ciudad de Santa Fe, que está del otro lado del río Paraná, y, por entonces los viajes de una a otra se realizaban por lanchas o balsas, ya que el túnel subfluvial que ahora las une, recién se comenzaba a construir.
En uno de los cumpleaños familiares, conocí en Santa Fe a una chica de mi edad con la que nos pusimos de novios, mi primera novia. Así que yo viajaba semanalmente para visitarla los fines de semana, pernoctando en casa de mis abuelos, justamente por las complicaciones del transporte de entonces.
Esta chica era vecina colindante con una de mis tías, cuya casa estaba a unas siete u ocho calles de la de mis abuelos, donde me alojaba cada vez.
En una de esas visitas, luego de estar un rato con Marta, que así se llamaba mi novia, me quedé conversando varias horas con un joven vecino con el que nos habíamos comenzado a amistar. Cuando me di cuenta eran las tres de la madrugada, y, aunque por esos tiempos casi no había peligro de ser asaltado y el margen de seguridad era muy alto, sí podría tener problemas, ya que existía una policía de menores que patrullaba toda la noche la ciudad y detenía a todos los menores que anduviesen solos, aunque llevasen documentos. Así que me puse en camino.
Tenía que ir tres cuadras hasta alcanzar una avenida, la que otrora fuera camino de una línea de tranvías, cuyos rieles aún permanecían. Y debido a los muchos perros que había por las casas, yo circulaba por el medio de la ancha calzada por, justamente un costado del terraplén de la línea férrea, que quedaba entonces a mi derecha.
A poco de tomar este camino noté que un muchachito (me pareció eso en principio) caminaba en mi mismo sentido, pero por la vereda de mi izquierda y en la línea de un paso más atrás mío; no di importancia al hecho, pero luego de ir varios metros pensé que era muy tarde para que, un casi niño, anduviese por las calles solito, así que torné a mirarlo, percatándome de una realidad muy diferente de la que yo imaginaba.
El que me parecía un muchachito tenía su cuerpo y ropas todo de color negro, pareciendo más una sombra compactada que una persona o, por decirlo de otra manera, era algo así como un cuerpo hecho de sombra; de su cabeza salía una especie de bonete puntiagudo hecho de la misma sustancia que él, su cara era normal, también morena, pero, lo que más me impactó fueron sus ojos y su mirada. Miraba directamente a mis ojos y los suyos eran negros y muy vivaces, grandes y se destacaba el blanco brillante, su expresión era de burla hacia mí.
Por supuesto que me asusté, pero quise disimularlo y continué caminando, aunque ahora, crispadas mis manos y tenso mi cuerpo.
Te aseguro que recuerdo esa vivencia de manera clara y detallada, ya por ser tan tremenda, ya por ser la primera.
Avanzados varios pasos más, comencé a revisar las imágenes recientes y pensé que tal vez sería mi sombra o una fantasía de mi propia mente, por esto observé con detenimiento las direcciones que, desde mis pies, tomaban mis sombras, que noté que eran varias y en distintas direcciones, pero muy difusas y en absoluto el ser que seguía caminando a mi izquierda podía ser una de ellas o producto de mi imaginación. A esto pensé en detener mi marcha, girar y enfrentarlo para verlo bien, ya que como lo hacía, de reojo, él seguía mirándome siempre y sonriendo de manera burlona.
Lo hice, él continuó caminando en la dirección que llevaba, mirándome y sin cambiar su gesto, para, dos pasos más ¡desaparecer tras un arbolito que tendría quince centímetros de diámetro!... fue en este punto donde me comencé a asustar mucho más y me quedé parado mirando hacia el arbolito, y, repasando en mi mente cada imagen de lo que me parecía una película absurda.
Estuve así varios minutos, mirando el arbolito y convenciéndome a mí mismo de que todo había sido producido por mi imaginación, revisando minuciosamente las sombras que proyectaba mi cuerpo, muy difusas y de faroles no tan cercanos.
Obviamente su cuerpo era del doble del diámetro del arbolito, y no podía ser que estuviera escondido tras él.
Ya me estaba tranquilizando bastante y pensé que era tonto seguir allí parado esperando ¿qué?, así que retomé mi marcha, no sin continuar mirando de reojo el punto de mi incógnita.
Aquí sí que sentí un terrible escalofrío en todo mi cuerpo y se me deben haber parado todos mis cabellos, porque el raro individuo, aunque antropomórfico, que te relato, ¡emergió de detrás del arbolito exactamente como lo había estado viendo y con la misma mirada y expresión de su rostro.
Todo esto ocurría en el más absoluto silencio, ni él ni yo decíamos nada, y la distancia que nos separaba era de unos diez metros, por lo que no sentía miedo a contacto físico; sólo que me daba la impresión que él leía mi mente, cosa que pude comprobar poco después.
Continuamos caminando unas dos cuadras en esa manera, y yo pensé que al llegar a una casa que estaba cerca de la última esquina que quedaba hasta llegar a la calle de la de mis abuelos, sucedería algo que imaginé. Esto era que en su patio había caballos y perros guardianes de gran porte, varios, y la mayoría ovejeros, de esos que ladran a todos, pero son muy inteligentes, no muerden a nadie, aunque asustan mucho, sobre todo porque no existía ningún muro, sólo un burdo alambre que sin problemas los animales podrían saltar.
Te aseguro que ya varias veces me habían sorprendido, y no da gusto, uno siente como si sus colmillos ya están por los tobillos, asiendo y desgarrando, y, justamente esa era la razón poderosa por lo que yo hacía el camino por el medio de la calzada cada vez que volvía de casa de mi novia.
Pensaba esto mientras caminaba con mis puños apretados y mirándole de reojo, él seguía siempre avanzando en línea paralela y mirándome con la misma expresión.
Lo que pasó y casi me hace desmayar, fue que al pasar por la casa del relato, no sólo no torearon los perros ni él dio ningún salto del susto, como yo había imaginado, sino que, para mi pavor: ¡Sus piernas se desaparecieron rodillas abajo y él iba en el aire haciendo los mismos movimientos con partes de sus extremidades invisibles!
Dos casas después estaba la esquina, donde también había un farol grande y mucha luz, y, justamente, ¡también un arbolito!... Adivinaste: ¡Volvió a desaparecer como si se hubiera metido dentro del arbolito que era más fino que el primero!
Yo estaba aturdido y tan confundido que no cabía en mí. Entrando en la transversal y a dos casas de la esquina llegué a la de mis abuelos, golpeé, me abrió mi abuelo, entré, al verme me dijo: -“¡¿Qué te pasa?, estás pálido!”, yo le dije: -“Nada abuelo”, y me quedé en el living unos momentos, tratando de ordenar mis pensamientos.
El baño de la casa era de esos antiguos, y quedaba en el medio del patio, contra el muro que daba al sur, junto a un pequeño techadito en que mi abuelo tenía un banco de trabajo con una morza grande, muchos hierros y herramientas, también había muro con el vecino que daba al norte, pero hacia el fondo solamente un alambrado, del tipo que llaman de tejido, separaba de un gran terreno que por ser algo anegadizo, estaba lleno de pajabrava; ésta es la que sirve y se utilizaba mucho por esos años para rellenar los techos de los ranchos.
Este verdadero pastizal era cerrado y tenía un metro a un metro veinte de altura.
En el ínterin que me había pasado pensando en el living, mi abuela, despertada por mi llegada, pasó al baño, y yo, estaba tan absorto que no noté esto. Un momento después quise entrar en el baño, a lo que mi abuela me dio voces. Le pedí disculpas y me puse a esperar su salida mientras miraba hacia el fondo de la casa, o sea hacia el pastizal.
Allí continuó la película: porque comencé a sentir que alguien avanzaba por entre la paja. Ésta produce un ruido peculiar cuando se la roza al caminar y al estar muy tupida, el que va por ella, la debe ir separando con las manos para avanzar, abriéndola. Me acerqué más hacia el fondo y pude ver muy claramente abrirse la paja al paso de alguien más el correspondiente sonido del roce… ¡pero no veía a nadie!
Presuroso regresé al banco de hierros y herramientas y recogí uno del suelo que comencé a revolear mientras profería insultos y decía: ¡Vení, aunque seas el mismo diablo, vení..! y otras cosas parecidas.
A mis gritos salieron mis abuelos y viniendo a mí, me tranquilizaron y les relaté lo que pasaba. No sé si me creían o qué pensaron, pero al otro día me mostraban entre chistes lo que yo había estado revoleando como si se tratara de un palo de escoba: ¡Era un pesado eje de carro de más de veinte quilos!
Bueno, esta es la primera de las historias.
Yo continué mi vida como sabes, creciendo y haciendo lo que todo el mundo más o menos hace, me casé, tuve hijos y prosperé un poco. Pero siempre leía e investigaba en busca de lo que yo llamaba “La Verdad”. Es que los Testigos de Jehová, donde realmente empecé mi búsqueda espiritual, decían que el camino que ellos llevaban era la verdad. Luego me metí en la Juventud Comunista donde escuchaba decir que el socialismo era la verdad, y, un día, por los veinte años, pensé: ¿Cuál será la verdad?, ¿Cuál es la razón de la existencia?, ¿Para qué viven los hombres o el porqué de los afanes de la vida y de las distintas vocaciones?, ¿Qué iba yo a tomar como meta de mi vida si es que debería tener una?...
Razoné que todos los hombres en definitiva buscaban lo mismo: La Felicidad, y por supuesto, yo también; que simplemente cada persona tenía diferencias en lo que creía que traería la dicha a su vida; por lo que, luego de preguntarme que querría yo, me decidí a buscar la verdad, quería encontrarla y en realidad no me importaba cual ésta fuera; pero no podría ser feliz sin conocerla.
Así que anduve investigando en ciencias esotéricas, me volví ateo y practicaba, entre varias disciplinas, lo que se llama “mentalismo”.
Fue recién a la edad de cuarenta y cinco años que conocí a Jesús, y no porque alguien me lo predicase, sino que Él mismo se ocupó de ello. O sea que como yo no la encontraba: ¡La Verdad me salió al camino!
Por otros relatos míos conoces como fue mi vida desde entonces y que el conocer y seguir a Cristo me terminó costando todo, que mi esposa no me quiso más y me pidió el divorcio, que me despreciaron hijos y parientes, y que terminé después de mucho andar, en Paraguay, sirviendo al Señor, primero como misionero evangelista y ahora como su escriba y poeta.
Pero en el intermedio de esto me sucedieron tantas cosas que requeriría de varios libros para relatártelas. Ahora solamente haré referencia a lo que interesa a tu cuestionamiento, o sea sobre ángeles, extraterrestres y seres espirituales.
En los estudios que realicé sobre hipnotismo, magnetismo y sugestión, había logrado serios adelantos, por lo que sabía muchas cosas que pasan desapercibidas para la mayoría de los hombres. Entre varias, que por medio de la mente se pueden hacer realidades muchas cosas que solamente existen en nuestra imaginación, así como también conseguir dominar la voluntad y la mente de otras personas; también que la materia es maleable con nuestro poder mental y podemos atravesar su sustancia, ya sea virtualmente o que es posible ver a través de ella. No ignoraba tampoco la realidad de seres extraños a nuestra dimensión y creía con vehemencia en la existencia de vida en otros planetas, eso sí, muy lejanos; aunque no descartaba que alguna raza pudiese viajar utilizando otra dimensión desde lejanas galaxias.
Creía entre otras que los dioses que relatan antiguas culturas (incas, mayas, egipcios, cananeos, etc.) que vinieron del cielo, no eran otra cosa que viajeros del espacio, y por supuesto que anhelaba vivir el tiempo que, pensaba, llegaría algún día, de un encuentro de nuestra raza con alguna extraplanetaria.
Claro que al conocer a Nuestro Señor, muchas de mis creencias se corrigieron y se amplió el universo de mis conocimientos. Ahora yo hablaba con un ser de otra dimensión, éste me escuchaba y respondía; y era ¡nada más y nada menos que Dios mismo!, claro que, justamente, por decir esto, es que varios decían que me había vuelto loco. Sobre todo los de mi propia casa, comenzando por mi esposa, que terminó pidiéndome el divorcio.
En mis tiempos de misionero evangelista (1994-1998), radicado en la ciudad de Presidente Franco en el Alto Paraná, tuve experiencias que te van a interesar. Como yo me movía por toda la zona, a más de viajes por el país, por Argentina y Brasil, sin tener en cuenta para nada mi seguridad ni subsistencia, llevado por mi ferviente deseo de predicar a Jesús y contar a todos las maravillas que Él había hecho conmigo, me metía por fabelas y villas en que la delincuencia y el vicio hacen domicilio, por ejemplo el famoso barrio “Remancito” de Ciudad del Este donde los policías tienen miedo de entrar.
Los hermanos se preocupaban por mí y me decían que cuidara algunos detalles de mi seguridad, como por ejemplo, dejase de llevar un típico bolsito que también usaban los cambistas y me hacía parecer uno de ellos, a tal punto que algunas veces por el centro de Ciudad del Este, me atajaban personas pidiéndome que les cambiase sus dólares. Me decían los amigos que me cuidase pues los asaltantes también me podrían confundir. Yo les replicaba que Dios me había dicho que Él me había puesto cuatro ángeles para mi custodia, no creo que me creyesen, pero yo sentía sus presencias.
Por un tiempo un pastor de Hernandarias me enseñó a hacer unos cuadros, (tipo murales sobre bastidores, sin vidrio), con láminas de Salmos y otras, y llevaba mi mercancía vendiendo y predicando por los barrios de toda la zona. Recibía encargos de cuadros determinados que confeccionaba en mi casa, por lo que a veces colgaban varios por las paredes. Uno que era de frutas y verduras que me gustó mucho, hice para mí y lo colgué sobre la cocina a gas que estaba sobre la pared que daba al patio. La casa en que vivía era en realidad media casa, pues compartía la otra mitad con un matrimonio que tenía dos niños.
Un día mi vecina vio el mural y le gustó tanto que lo quiso, y como ella no tenía dinero, se lo terminé cambiando por un sillón de los que ella tenía muchos. Varios días, al regresar de mi peregrinar, extrañaba al entrar en la cocina ese mural que tanto me gustaba y había alegrado mi vista durante algún tiempo. Claro que me contentaba prometiéndome comprar nuevamente la misma lámina para rehacerlo y, sobre todo, ¡sentándome ahora en mi único sillón!
Otro día, al entrar en la casa, como siempre por atrás, pues trancaba desde adentro la puerta de adelante y la de la cocina tenía cerradura de llave; al pasar hacia el dormitorio, me pareció ver el cuadro en su antiguo lugar donde ahora solo estaba el clavo que lo había sostenido. Ya había llegado al dormitorio, por lo que me volví y vi de frente a mí lo que era en realidad: Había en la pared una abertura oval por la que se podía ver el patio y todo lo que había en él, pero en medio y mirándome a los ojos estaba un joven de piel blanca de aparentes veinticinco años, cabello negro, con una capa negra y hermosas y lujosas vestiduras. Por su cabellera abundante, larga y enrulada, brillaban hermosas piedras preciosas que no podría decir cómo se mantenían y parecían ser parte misma de su cabello; tú sabes bien que yo soy hijo de relojero, yo también trabajé en el oficio durante treinta años y conozco muy bien de alhajas y piedras preciosas, y él no solamente tenía así su cabellera, sino que ésta se confundía con su capa que también estaba consustanciada con piedras iguales.
Él me miraba a los ojos con una expresión de paz y amor que embelesó mi alma.
No me cupo ninguna duda, era un ángel; y Dios me lo permitía ver a través de la pared, para que yo comprendiera que las cosas que me habían maravillado del esoterismo y poder mental, también eran posibles con Él, pero sin que ello fuera pecado.
Inmediatamente corrí a la puerta de la cocina y fui al patio, pero claro, ya no lo vi más.
Estaba anonadado y feliz, y se me querían salir las lágrimas. Sí, ahora no sólo sentía la presencia de ángeles, ¡había visto uno! Y, en mis oraciones le agradecí mucho a Dios la extraordinaria experiencia. Él pretende que andemos por fe, no por vista. Pero me regaló esto y se lo agradezco tanto, porque en los momentos duros que tantas veces pasé, esa visión me fortalecía; Él sabe por qué lo hizo.
En la Biblia encontramos infinidad de relatos sobre ángeles y de cómo hacen su trabajo de enviados de Dios, trayendo sus mensajes a los hombres; San Pablo nos recomienda: “Sean hospitalarios, porque por ser hospitalarios, muchos, sin saberlo, hospedaron ángeles”, (Hebreos 13.2).
Por esos años, los primeros de mi servicio al Señor, yo sufría mucho por la separación de mis hijos, sobre todo del menor; y cada vez que podía me hacía una “escapada” para visitarlo. Pero esto me hacía mucho mal a la postre porque abría mis recientes heridas. Tal es así que Juan Chaparro, mi primer amigo en este país me dijo un día: -“Vos sos un gran guerrero de Jesús y ganás buenas batallas, pero cuando mejor estás y tenés fuerzas y algún dinero, te vas a Argentina por un tiempo y al regresar venís tan destruido que, cuando llegás a Asunción, tu alma viene recién por Clorinda. Te reponés después de meses y cuando ya estás espiritualmente fuerte otra vez, ¡te volvés a subir a la calesita!, yendo de nuevo para la Argentina!”
Atendiendo sus razones, comprendí que debía abstenerme de repetir el cíclico error, e hice esto por muchos meses, y, al cabo de siete quería demasiado ver a mi pequeño que tenía tan sólo dos años, y le pedí permiso al Señor para ir, también le dije que me diera una señal de su autorización y recuerdo que agregué en mi oración: -“¡Ah, y también cincuenta dólares que me van a hacer falta para completar lo que ya tengo!”
En ese momento me encontraba en la rotonda del acceso a Ciudad del Este, repartiendo folletos cristianos y pidiendo ayuda para poder realizar mi ministerio, que era por fe, ya que ninguna iglesia me apoyaba económicamente. Luego de haberle dicho lo que te relaté a Dios, volví a los automovilistas a los que predicaba y requería, aprovechando el cruce de avenidas, cuyo tránsito era dirigido por varios policías.
Un auto blanco, en el que viajaban dos jóvenes, se detuvo, un varón al volante y en el asiento trasero una mujer, ambos vestidos con ropas de la misma tela y del mismo color beige. Yo como siempre les saludé y bendije, expresándoles mis propósitos y ministerio, a lo que la joven de atrás prácticamente saltando del asiento dijo: -“¡Hermano, nosotros también somos misioneros!”, haciéndome muchas preguntas sobre mí y lo que era mi ministerio. Yo observaba la alegría del encuentro en sus rostros y contestaba puntualmente las preguntas que la misionera me hacía, olvidándome yo también, por mi propia alegría, de la parte de la ayuda que les había requerido. Pero no así el varón que estaba muy atento a los tiempos que manejaban los policías de tránsito, por lo que interrumpiendo a su acompañante le dijo: -“Hermana, el hermano también está pidiendo una ayuda…”
Recuerdo muy bien sus ojos que iban y venían a los policías y a mí. A esto, recordándolo, dijo la joven: -“¡Ah, sí, una ayuda!” y abriendo su cartera tomó de ella y me dio ¡los cincuenta dólares que acababa de pedirle a Dios!
En un primer momento no me di cuenta cabal de todo lo que había sucedido, lo que sí no dudé es que era la respuesta del Señor a mi oración y también la clara señal de que autorizaba mi viaje. ¡Por supuesto que viajé a Argentina y visité a mis hijos y a mis padres, como también a varios parientes!
Con tanta alegría que tenía, solamente pensaba en viajar y por unos días no me percibía de lo maravilloso que había ocurrido. Fue bastante después, cuando recordaba o contaba lo sucedido, que en mi mente veía que el interior del auto se me presentaba en mi memoria de forma esférica, que no tenía volante de dirección, además el varón se encontraba a la derecha y no a la izquierda como vi al principio. Estas imágenes me venían de tal manera, que me di cuenta que lo que había creído que fueron los hechos, era sólo eso: ¡Lo que yo creía!, pero mi inconsciente me revelaba la verdad que, en la sugestión a la que fui sometido, vi personas, vi auto, ¡pero eran ángeles y una nave ultradimensional!
Tú me preguntaste si había tenido experiencia con seres espirituales, visto ángeles y si éstos tienen sexo, bueno, creo que te lo acabo de contestar; de todas maneras te agrego aquí unos pasajes de antiguos escritos, de la Biblia y del libro de Enoc que son muy esclarecedores:
En el primer libro de la Biblia, (Génesis 6:1-2y4) podemos leer: “Aconteció que cuando comenzaron los hombres a multiplicarse sobre la faz de la tierra y les nacieron hijas, al ver los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas tomaron para sí mujeres, escogiendo entre todas... Había gigantes en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres y les engendraron hijos. Estos fueron los hombres valientes que desde la antigüedad alcanzaron renombre.”
En el libro de Enoc, encontramos en el capítulo seis lo siguiente: “Así sucedió, que cuando en aquellos días se multiplicaron los hijos de los hombres, les nacieron hijas hermosas y bonitas; y los Vigilantes, hijos del cielo las vieron y las desearon, y se dijeron unos a otros: \"Vayamos y escojamos mujeres de entre las hijas de los hombres y engendremos hijos\". Entonces Shemihaza que era su jefe, les dijo: \"Temo que no queráis cumplir con esta acción y sea yo el único responsable de un gran pecado\". Pero ellos le respondieron: \"Hagamos todos un juramento y comprometámonos todos bajo un anatema a no retroceder en este proyecto hasta ejecutarlo realmente\". Entonces todos juraron unidos y se comprometieron al respecto los unos con los otros, bajo anatema. Y eran en total doscientos los que descendieron sobre la cima del monte que llamaron \"Hermon\", porque sobre él habían jurado y se habían comprometido mutuamente bajo anatema. Estos son los nombres de sus jefes: Shemihaza, quien era el principal y en orden con relación a él, Ar\'taqof, Rama\'el, Kokab\'el, -\'el, Ra\'ma\'el, Dani\'el, Zeq\'el, Baraq\'el, \'Asa\'el, Harmoni, Matra\'el, \'Anan\'el, Sato\'el, Shamsi\'el, Sahari\'el, Tumi\'el, Turi\'el, Yomi\'el, y Yehadi\'el. Estos son los jefes de decena”.
Te digo por ahora que vayas haciendo tus propias conclusiones. Por lo pronto yo pienso que los hombres hemos fantaseado mucho sobre lo que son los ángeles, y es verdad que se puede colegir de la Santas Escrituras que hay variedad de seres en lo que se llama “Los Cielos” o sea el Cosmos, también Jesús les dijo a sus discípulos que había muchos lugares donde morar en lo que Él llamó “La Casa de mi Padre”. ¿Qué quieres que te diga?, para mí, por lo menos, sino todos, tal vez los ángeles sean justamente habitantes de esos planetas, qué, obedientes a Dios, no perdieron la gloria de vivir eternamente y también pueden traspasar materia, viajar distancias siderales en instantes, transformarse en luz (tal vez, justamente para poder viajar), después de todo la palabra griega ángel no indica raza, sino ocupación, que es la de mensajero. Y sí, han de tener sexo, pero por el momento Dios les prohíbe a ellos tener este tipo de relaciones con nosotros por, justamente, nuestra condición de “raza caída”. He leído en muchos libros que el enemigo de Dios, Satanás, él sí tiene muchas esposas y que también ellas suelen ser sus sacerdotisas. Y también él es un hijo de Dios, lo que nosotros llamamos ángel, lo puedes leer en el Libro de Job: “Un día acudieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, y entre ellos vino también Satanás.” (1.6), y: “Otro día acudieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, y entre ellos vino también Satanás para presentarse delante de Jehová.” (2.1).
Ahora bien, hay una teoría física que habla de la coexistencia de por lo menos diez dimensiones. Esta teoría explica y resuelve con verdadera solvencia muchísimas dudas que las otras teorías no resuelven, pero justamente por ese asunto de las tantas dimensiones que da a entender que habría, es abandonada una y otra vez por los científicos que principian a estudiarla, para no ser objeto de burlas. Se la suele conocer como “De las Cuerdas” o “De los Agujeros de Gusanos”. Entre otras cosas existirían muchas conexiones entre las varias dimensiones por las que se podría pasar de una a otra.
Te cuento, hay uno de estos atajos por el que yo transito todos los días, se llama oración, y lo hago para agradecer a Dios por todo lo que me da, por hacerme partícipe de la gloria de tener su infinito amor, y también por la inmerecida dicha de su revelación.
Tengo otras experiencias con seres espirituales para contarte y muchas referencias para darte, pero esta carta ya se ha extendido demasiado, tal vez en el futuro te cuente más.