Cuando por fin nos vimos,
fue como si dos trenes
de alta velocidad
chocaran, a doscientos
kilómetros por hora
en la dulzura inmensa
de un prado verde lleno
de tiernas margaritas.
Como si
– flores blancas, hierros-
volaran
- signos de luz, galaxias-
hacia las conjunciones estelares
de otros mundos.
Hacia constelaciones infinitas
de rosas increíbles
donde el amor gobierna
donde nada se pierde ni se olvida.