Como un corazón incesante viviste
en la pena del olvido. Así tú guardas mi pañuelo roto.
Mis días, y mis intenciones, todo en cuanto te besa
los palmos, todo en cuanto grito de delirio sangriento
murió patente en estribillo.
Así los días, noches, sorpresas y lamentos
divididos al pasar de los juegos en su coche de locura.
Una vena invernal se desvanece, yo no estoy,
pero espero. Suspiro el olor del recuerdo por un
lado de la ventana que cae en el pasillo.
El miedo es un agente enorme que acapara detrás
de la penumbra, yace dispuesto a correr; azar andariego.
Pero, aquí estoy. Aquí no me quedo por la audacia
del destino, ese puente que renace desde afuera,
llega, toca la puerta de las noches y se aleja cual
despampanante velo que al gritar el cielo en su tela
descuelga su huida del lado infortunio de la nueva muerte.
El mar que ataca, que es cielo… Pero no estás en peligro.