Cómo te digo que las horas
se quedan en la arena
como huellas que dejan
las conchas al salir del mar,
y que tu presencia es la marea,
que en vaivén llega a moldear
las manecillas del reloj
con el beso de tu boca,
con la quietud y la serenidad que,
al solo mirarte, siento encontrar.
Hasta me nacen rosas,
de rojos y aromados pétalos,
en las palmas de las manos
solo por acariciar tu tierna faz.
Siempre suya... tuya... yo.