Jhontini Mauro

¿QUE HAY DESPUÉS DE LA MUERTE?

 

Cautivo en esta habitación pequeña, de madera donde si pudiera moverme, tampoco podría, escucho, afuera el chiflido del viento a su paso, el murmullo, el llanto, el susurro y el silencio…

Aquí adentro todo es oscuro, no lo veo, lo presiento, como presiento el momento en el que el frio helado se adentre en mis huesos, cuando caiga la noche de en este invierno lluvioso y solo imagino el momento en el que desee despertar de mi sueño eterno y tampoco pueda hacerlo. Pero no importa, eso no me preocupa, ya estuve demasiado tiempo despierto, como en las noches cuando me llamabas nocturno porque vigilaba tus sueños y contemplaba tu cuerpo a la luz de mi desvelo, acariciando con la mirada cada milímetro de tu piel, contando uno a uno tus cabellos castaños, respirando tu aroma, escudriñando en tus parpados cerrados, desde mi pensamiento, el secreto de tus sueños, amándote al ritmo de las horas y del canto del búho, que observaba, desde afuera, desde el roble situado al lado de la ventana, como dibujaba tu imagen en las paredes de mi memoria para jamás olvidarte o como a veces despertabas con un suspiro profundo y al voltear tu mirada hacia a mí, en forma de charla me preguntabas: “cómo podía hacerte el amor sin tocarte” y yo al besarte respondía: “ es que no quiero manchar tu pureza…”

 

Tanto que odie el olor a formol  y ahora lo siento correr por mis venas. Puedo percibir, antes de tiempo, el olor  a humedad, a lodo, a ceniza, a polvo y a cal, a carne podrida y a mierda…

Presiento que todo el mundo me mira, pero ya no puedo escuchar, ni sentir, han ido desapareciendo con lentitud mis sentidos, solo puedo pensar y todo es un recuerdo confuso de los momentos más importantes de mi vida, como una película que se adelanta escena por escena. Pero se detiene en los capítulos en los que tu apareces, como cuando nos conocimos en aquella tarde a la orilla del mar; tú tan penosa y yo tan audaz, tu contando las olas y yo contando los pasos que daba hacia ti, acercándome, como se acercaba la mancha negra de la noche al horizonte, que parecía la línea donde el cielo se unía con el mar o donde el azul del océano se mezclaba con los naranjas y violetas de ese ocaso veraniego de abril. Después de tanto pensar lo que  diría al tenerte de frente solo dije: “Hola” y tu sonreíste y con tu mirada clavada en la mía, respondiste a mi saludo, como un puñal de ternura y al ritmo de las olas que Iván y venían te alejaste de mí, sin decir adiós y sin quitarme la mirada. Yo solo observe tu marcha sin poder hacer nada, sin  decir ni una palabra, más que mirarte y anhelar con ansiedad la oportunidad de volver a verte, al igual que lo anhelabas tú, lo supe porque lo vi en el brillo de tus ojos marrones y en el sonrojo de tus mejillas y porque me lo confesaste cuando nos dimos nuestro primer beso, un año después, en el mismo lugar.

 

También recuerdo cuando nos juramos amarnos por siempre ante los ojos de dios, cuando te prometí jamás olvidarte y amarte aun después de la muerte, como te amé, como te amo. Por eso en las noches no dormí para amarte durante mi vigilia con el pensamiento y la mirada, para no desperdiciar  ni un instante junto a ti, para no dejar de adorarte ni un momento de mi vida mientras te tuviera a mi lado y  poder perderme en tu belleza, como en un laberinto de dulzura donde tú eras la entrada y también la salida. Puedo recordar la última vez que te vi, sentada de frente al tocador peinando tu cabello de sirena, brillante y sedoso, maquillando tu rostro de ángel solo para hacer que la belleza tuviera envidia de ti, porque ya eras suficiente mente hermosa, como para para embellecerte más. Yo te observaba como siempre con detalle y con deleite, cuando me preguntaste con insistencia y preocupación: “¿que habrá después de la muerte?” y yo solo sonreí y respondí: tu amor mío jamás morirás, eres eterna en tu belleza y eterna en mi alma… pierde cuidado, no tienes de que preocuparte!” y luego te di un beso profundo y  te deje, me fui rumba al trabajo con la promesa de regresar a tiempo para la cena… promesa que no te cumplí, porque jamás pude volver…

 

Ahora desde esta habitación pequeña, de madera, desde este ataúd, contemplándote y amándote quizás desde que parte de este vacío infinito, pues no sé, si lo que me trae tu recuerdo es una parte de mi alma o un pedazo mi memoria que se niega a morir.  Porque solo soy un cuerpo sin vida, enfermo de muerte y dentro de poco enfermo también de abandono y de olvido, puedo responder a tu pregunta: “Que hay después de la muerte”.  Y con un grito mudo, con las palabras cargadas de silencio y con la certeza de que nunca podrás escucharme, te digo amada mía que después de la muerte solo hay cuatro paredes de madera, un hueco profundo, humedo y  frio, oscuridad, soledad, abandono, silencio y olvido... polvo y cal, olor a formol y a carne podrida…  solo muerte…  solo nada…

 

Mauricio Gómez Sánchez

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