¡No estoy solo!
lo he dicho desde aquel día,
cuando ese frío carcomia mis huesos
y te dignaste a verme, a esperar algo de mí,
para que no muriera
abandonado y sin amor,
¡No estoy solo!
lo repitiré el resto de mi vida
por aquel segundo en que tu amorosa mirada
descendió sobre mi cabeza
y evitó aquella muerte
que sedienta por mi sangre esperaba a pocos centímetros,
por un pedazo de mi,
por mi alma, y por todo lo que representaba
¡No estoy solo!
¡Tengo a mi madre!
esa bella protectora que salva a la humanidad,
con su amor, con su vida, con su hijo el redentor.