A Mario le habían hablado muy bien de las excelencias de la feria que instalaban cada año en aquel lejano pueblo coincidiendo con sus fiestas patronales. Le dijeron que allí se congregaba gentes de todo el país que iban a hacer compras o solamente a divertirse, así que cuando llegaron esas fechas cogió a su familia y allá que se fueron aprovechando que venía un puente y podían gozar de cuatro días de asueto para cambiar el chip y pasárselo bien.
Desde luego no les defraudó el ambiente. La gente iba y venía de un lado para otro, había toda clase de artículos y las atracciones eran de primer orden. Lo que más llamó la atención de Mario fue una gigantesca noria que de tan grande que era apenas se podía distinguir a las personas que cuando paraba la enorme rueda quedaban en la parte superior de esta. Invitó Mario a subir a su mujer y al niño pero esta se negó aduciendo que tenía vértigo a las alturas y que cogería un gran mareo si se veía allí arriba;
le dijo que subiese él si quería, que ella le esperaría abajo.
No se lo pensó Mario, que aunque no era dado a grandes eventos le picaba la curiosidad por ver el paisaje luminoso que, ya anochecido, debía verse desde tan alto. Sacó el ticket, y saludando con la mano a su esposa se acomodó en su cazoleta y aguardó a que la noria iniciara su recorrido. Empezó esta su marcha y él a ascender, mirando ensimismado la belleza del paisaje que desde el punto más alto de la noria se perdía a lo lejos. Al cabo de cinco o seis vueltas, aquel gigante redondo empezó a disminuir la velocidad hasta que llegó a pararse por completo. Bien porque en aquel momento no había nadie para subir, o no sabía por que causa, el caso es que la rueda quedó parada al menos diez minutos, con la cazoleta donde iba Mario fija en el punto más alto de la noria.
Una vez que se sació de ver el hormiguero de gente que se extendía allá abajo levantó los ojos hacia el firmamento, y fue entonces que vivió la experiencia más hermosa de su vida. Alzó los brazos y tocó el cielo con sus dedos. La Vía Láctea se mostró ante él con todo su esplendor, miles de galaxias le rodearon, y todos los planetas iniciaron a su alrededor su mágica y armoniosa danza de siglos que, con su instrumento, interpretaba magistralmente la constelación de Lira. Las estrellas se colgaron de su cuello mientras las nebulosas acariciaban su rostro. El lucero del alba adelantó su salida para prenderse en su solapa. Mientras la Corona Boreal ceñía sus sienes, la Estrella Polar le señaló el norte, Marte lo saludó vestido de rojo. Y una sensación de infinita paz le invadió sumergiéndole en el éxtasis absoluto.
La noria empezó a moverse de nuevo y Mario comenzó a descender lentamente. Un sabor agridulce se apoderó de su alma cuando vio alejarse el firmamento a la vez que el gentío se acercaba por abajo. Cuando llegó al suelo Marta y el niño le esperaban sonrientes. Bajó de la noria, y al verle, ella le preguntó si se había mareado, pues tenía en la cara una expresión extraña y la mirada como perdida. Le contó Mario lo que había visto y como se había sentido, le respondió Marta que sin duda lo que le ocurrió fue que se quedó dormido arriba debido al cansancio del viaje y a la falta de sueño que llevaba acumulada por el exceso de trabajo, y que todo eso lo habría soñado. A lo que respondió Mario con gesto muy serio.
-Si, claro, eso debe de haber ocurrido, sin duda alguna.
Mas la seriedad de su rostro se convirtió en un gesto de gran felicidad cuando al elevar sus ojos al cielo vio a la Osa Mayor que, desde la altura, le hacía un cariñoso y prolongado guiño de complicidad.
Viento de Levante