Un turquesa adherido a la pupila,
ahí las perladas; piladas barcazas,
se abordan a la paciente brisa,
corcovean al desdentar de la mirada,
tras gemir en su lenguaje la hojarasca.
Adereza la pasión nocturna ninfa,
que trasquila de bondad la realidad,
confabulando a la potestad del paso,
y confiriéndole al silencio majestad.
El furor contaminante de la masa…
ha quedado en el letargo cotidiano,
esperando los gatillos de luz,
y a la prisa otro comensal de farsas.
Bendito aquel hombre que vive, sufre y nuevo surge de la fábula existencial