Una huella de ébano al silencio,
fué dejando la prosa entre las manos,
cual nocturna seña, abierta al universo,
de acordeones sabios.
Lentos rodaron los párrafos,
como ríos de cera derramados,
y a voces, y colores fueron,
en mis confines girando.
Mis ojos diminutos a tu nube,
dejaron que las voces apagaran su canto,
y el color se hiciera ola,
salpicándome tu paso.
Tu andar detuvo la prosa,
allí, entre acordeones sabios,
y sentí correr la fiebre,
dictando paraísos insospechados.
A un duelo de cuerpos,
húmedo de anhelos seguí tu rastro,
hasta la luna al verte morbosa,
quiso desnuda brillar en tus brazos.
Y atrás quedó la prosa,
tendida entre acordeones sabios,
y el pecado, prófugo en las sombras,
en logrados deseos mojaba sus labios.
Cual lirio de oculto sendero,
se abrió entre cristales el lecho,
la ardiente lucha ondeaba en los cuerpos,
torcidos jadeaban plasmados al techo.
Puñales de histeria mi carne rasgaban,
cual ave asustada, evadí tus dedos,
tentado a tu huerto luego asomaba,
impactado sin alas, cayendo al brasero.
Tu puño golpeaba mi pecho desnudo,
como al veloz corcel que imponen vuelo,
montados a mi cintura, tus muslos,
de blanco sangraban al mullido ruedo.
Néctar de perlas entre sábanas rodaba,
besando los suelos de santos pecados,
y por tus piernas aún resbalaban,
en una caricia, cansados mis labios.
Agotamos la noche, las hienas del tiempo,
en segador tropel, por nosotros pasaron,
sólo aquella página, conserva la huella,
que la prosa dejó entre acordeones sabios.
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SYOL LOPEZ
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