Tú que ceñiste mi alma de alegrías
y que llenaste de luz el firmamento
fuiste el amor que disipó mis penas
y las cenizas que llevaba por dentro.
Tu me enseñaste a saborear las mieles
en tus jardines de prosas y de versos
fuiste la vid que me brindó aquel vino
de fresco aroma y de cálidos besos.
Ahora que el mundo parece vacío
y mi jardín lo ves en blanco y negro
aunque tu cuerpo no esté junto al mío
no te detengas, continúa tu vuelo.
Más, nunca olvides que a pesar de todo
te sigo amando como en otros tiempos,
pues no habrá risco, tormenta ni arena
que haga cambiar mi noble sentimiento.