Cuando salga el sol,
mañana o cualquier mañana,
que se doblen los gladiolos
como si rezaran en silencio,
que las viñas susurren en los campos
y el aire traiga consigo
un rumor de amapolas cansadas.
Que el duraznero pinte el tiempo
de un naranja tibio,
que la brisa, como un suspiro viejo,
me devuelva los sueños perdidos,
los que dejé tirados
en la orilla de tus labios.
Que el sol se levante,
indiferente, perezoso,
en un otoño que no es mío
y me encuentre en tu regazo,
mientras los besos que callaste
me llenan de veranos tardíos.
Y si no sale el sol,
qué importa.
En tus ojos
se queda siempre la alborada.