Aquí el silencio llama a la puerta.
Está el frío virando en la colina;
más allá se llena tu espacio
con mis imágenes inamovibles,
y de retinas hablándote
sin vocablos a los oídos.
¡Escúchame, oh, amor!
Mira en las niñas de mis ojos
el beso que te aguarda
y la palabra que no escuchas.
Entra en mi pecho y háblale
al músculo que te palpita,
al que, enmudecido, late tu nombre.
Dame dicha en éste día
de luna en plata y sonrojada,
de sesenta soles de oro y cobre.
Y así, con las rosas abiertas
en nuestro jardín de Pléyades,
andarémos, las manos unidas,
y la sonrisa besándonos el rostro.