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Era tan simple verte sonreír detrás del vidrio
que fui olvidándome de que tantas cosas nos separaban,
eras piel, retrato posando junto a la pared del delirio
y eras voz suave llegando justo cuando el corazón te recordaba.
Cuantas noches dispares y cuantos dolores no escritos,
cuantas palabras contenidas en noches de almas doblegadas.
Y ahora la espada del tiempo nos llega sigilosa, casi sin brillo.
Y ahora el silencio nos invoca al acuerdo de la distancia insuperada.
Hoy el río azul sigue indefectiblemente su habitual recorrido,
hoy me fijo en sus aguas cristalinas para saber cuanto te amaba
y él me devuelve en sueños muertos simplemente el amor perdido
en el curso de la vida, en los recodos donde las letras ya no te alcanzan.
Que insignificante me siento ante la inspiración de tus aguas mansas,
que insignificante ahora todos aquellos signos de los que tanto bebimos.
Los ojos ya no son los mismos ojos, tu rostro solo es una cara lejana
y yo me acostumbro a esta soledad que poco a poco se transforma en destino.