Un día de primavera te ví sentada
silenciosamente junto al estanque
allá donde las violetas y las lilas
poseen...
su íntima morada.
El sol se derramaba
en su dorado líquido,
acariciando...
tu ardiente piel...
como si de una diosa pagana
se tratara,
e iluminaba tenuemente...
tu esbelto cuerpo de jazmín,
con suave luz anacarada...
Las golondrinas
quebraban su vuelo
en la tarde soleada...
Y junto a los rosales,
melancólicamente adormecida
quedaste acurrucada...
mirando los entristecidos
y solitarios... lirios de plata.
Y a día de hoy
y entre las aguas,
mi alma aún tiembla
al recordarte...
como gota de rocío
en el extremo...
de una aturdida rama.