Enervado, loco y mutilado,
avanzando por espacios sometidos,
más que un hombre, un animal herido…
buscó consuelo en la talla de una rama,
profirió un gemido gutural… desagradable,
y se arrastró como un galápago indeseable…
Se cobijó entre sus frías manos huecas,
redobló la apuesta de lo cierto,
fustigó con saña su tristeza
y cayó rendido a los pies del primer sueño.
Toda la gente habló cien mil pelotudeces
relatando su ignominia circunstancia
él sabía que la historia no cuajaba
pero de por sí, restóle la importancia…
Se dijeron cosas ciertas y no tanto
le importaba un carajo el comentario
montó raudo en su caballo bayo
y galopeó hasta lograr el cansancio de ambos.
Se detuvo un instante y… relajado,
exclamó su verdad incontenida
había llegado al pie de los pesares
había logrado una paz superlativa…
Después se retiró cual moribundo
que ha perdido nuevamente su morada
allá a lo lejos, otro pesar lo esperaba…
la vida le dibujaba otro mundo…
Buscó entre las sombras su mirada
siluetas incomprensibles… desgastadas…
solo eso había en la distancia,
y sin consuelo, sin amor, sin esperanzas,
se preparó para otro mazo de barajas,
pues lo esperaba violento póker con la parca.
Pierna en mano era más que ese par doble
que lucía la muerte entusiasmada
pidió cartas… le vinieron dos clavadas
apretó los dientes rechinando
endureció el rostro y, cabizbajo…
apostó la vida en el último tramo
Se marchó con ella…
jamás le perdonó su compañía
y… aunque no tuvo valor para evitarla
reconoció su cruenta letanía…
Cuando despertó, ya nada le quedaba
solo un pájaro herido en el ala
que exclamaba su dolor a cada paso
las cenizas se volvieron almas…
la paz se transformó en dos pedazos
los vientres vomitaban el ocaso
de su vida, de su ser y su nostalgia…
Mario Ranero