kavanarudén

El precio de la libertad

 

 

 

 

 

No hace mucho vi un film “El último lobo” (wolf totem) del grande Jean-Jacques Annaud, el creador de “el nombre de la rosa”, “siete años en el Tibet” y otros.

 

Narra la historia de un joven Chen Zhen, estudiante de Geijing que es enviado a Mongolia para educar a una tribu nómada, pero al final es él quien termina aprendiendo de esta gente sencilla y sobre todo de la vida de los lobos, animales míticos en la zona. Desobedeciendo al mandato del gobierno Chino de exterminar a los lobos, se queda con un cachorro y lo cría, instaurándose una amistad.

Un film que lo recomendaría con los ojos cerrados. Con un gran contenido humano y un gran enseñamiento, aparte de unos excelentes paisajes y fotografías. 

 

Una de las cosas que me impactó del film fue que, cuando comienzan a perseguir a los lobos para atraparlos y exterminarlos, uno de ellos, encontrándose delante de un acantilado, prefiere tirarse y morir a ser capturado.

Elige la libertad, aun muriendo, que ser privada de ella.

 

Existen especies en el reino animal que no se pueden reproducir en cautiverio, porque prefieren no comer, morir de tristeza que ser privados de volar o andar libres. Es el caso del llamado kavanarú (gallito de las rocas o tunqui), el ave nacional del Perú que también se encuentra en el territorio de “La Gran Sabana”, Venezuela. Una vez atrapado se niega a alimentarse cayendo en una profunda tristeza y muere a los pocos días.

 

El origen de mi pseudónimo viene de esta hermosa ave (kavanarudén; dén = lugar, en lengua pemona, dilecto de los indios pemones, pobladores de la Gran Sabana) kavanarudén literalmente sería “lugar del kavanarú, donde mora”.

Aprecio la libertad. Libertad bien entendida, no libertinaje.

 

Provengo de una familia rígida, muy rígida y machista. Donde la manifestación del afecto físico era señal de debilidad y donde se escuchaba de seguido: “los hombres no lloran” o “la letra entra con sangre”. El concepto de libertad era bastante restringido. La libertad consistía en obedecer. No se discutía ni se dialogaba una decisión tomada por parte de mi padre o de mi madre. Existía más un temor que un respeto hacia nuestro progenitores.

La sensibilidad que se manifestó desde muy niño en mí, me causó no pocos problemas y sufrimientos. El control ejercitado de nuestros padres a todos no era poco, en manera particular hacia mi persona. Soy el último de todos. El cachorro, como me decía mi madre.

No me quejo de la vivido. Gracias a todo ello soy lo que soy en este momento.

También, para hacer justicia, tengo que reconocer que nos enseñaron el respeto, la responsabilidad, el valor de la palabra, del trabajo hecho bien, de la honestidad, de la tenacidad, de la solidaridad, de la compasión, de la devoción y la fe.

 

Valoré la libertad fuera de casa, cuando tuve que enfrentar la vida. Libertad en responsabilidad. En mi casa me sentí muy sometido y controlado. Repito, muchos valores los aprendí y doy gracias a Dios por lo vivido, pero cuando salí de ella, me juré a mi mismo que no dejaría que nadie controlara mi vida, que me privara de la libertad.

 

El punto más débil en el vivir la amistad y las relaciones de pareja que he tenido, ha sido éste. 

 

Hay personas que tienden a manipularte, a que seas solo y exclusivamente de ellas. Te controlan. Eso es privar de libertad a una persona. Nadie es exclusivo de nadie. En una amistad se valora la libertad que te hace crecer. Cuando existe una verdadera amistad quieres compartir tu amigo o amiga con los demás, quieres que la conozcan porque es una persona especial y no es de tuya, no te pertenece.

 

Lo mismo en la relación de pareja. Soy del otro en la medida que quiero ser de él, que opto libremente por serlo. Mientras más libre me siento, más me siento pertenecer. Si me quieres realmente déjame libre, no me controles, la exclusividad solo la tiene Dios. Mientras más controlado, investigado, con manifestaciones de celos, más lejano me siento y comienza a morir el amor o la amistad. Como el Kavanarú cuando es atrapado y privado de su libertad o el lobo que prefiere tirarse al vacío, antes de ser atrapado. 

 

El amor de mi vida se encuentra lejos en este momento de mi persona. Por motivos de trabajo. He optado por ella, la amo, la respeto y he podido valorar nuestro amor en la distancia que para nada es fácil y en momentos es muy dolorosa. Las tentaciones nunca faltan, porque no somos de hierro y sé que se dan (las tentaciones) en ambas partes.

 

Un compañero de trabajo, en un momento dado me dijo: “Sabes que fulana te desea y se acostaría contigo sin pensarlo dos veces. Tranquilo, ella no se enterará (haciendo mención a mi compañera) está lejos, no sabrá nada”. Mirándolo directamente a los ojos le contesté: “ella no, pero yo sí. Tengo que vivir conmigo mismo toda la vida y sé que este acto, para ti estúpido, contaminará mi relación con ella”.

 

No soy un santo ni pretendo serlo. Se pueden hacer opciones fundamentales en la vida y respetarlas. Recuerdo al grande papa Juan XXXIII, en su oración  simple: \"solo por hoy......Puedo hacer el bien durante doce horas, lo que me descorazonaría si pensase tener que hacerlo durante toda mi vida\". No importa el mañana. Solo por hoy te amaré como si fuera el último día de mi vida.

La libertad no solo depende de factores externos, que la pueden condicionar, sino depende, sobre todo, de lo interno del ser humano, de una opción en responsabilidad y de cuánto esté integrado tu yo.

 

Amo la libertad y no concibo mi vida sin ella.

Si amas algo déjalo libre, si se va y no regresa, nunca fue tuyo, si regresa, siempre lo fue.