Entrecerró los ojos y entonces lo vio. Siempre ocurría de la misma manera, pero su momento preferido era la noche, cuando apagaba la luz y se escurría entre las sábanas, esperaba unos minutos, esos minutos en que se entregaba a la quietud, la oscuridad y el silencio de la noche, y tras acurrucarse y llevar un tiempo con los ojos cerrados de repente lo vio. No aparecía cuando ella quería. El sabía perfectamente cuando hacerlo, en el justo momento en que ella más lo necesitaba. Sus ojos cálidos se lo decían todo, no eran necesarias las palabras, ella lo entendía con solo mirarlo y a él le ocurría lo mismo. Permanecían así un buen rato y era tal la paz que les embargaba que poco a poco las facciones de ambos se iban relajando y sin que se dieran cuenta en sus caras terminaba por asomar una tierna sonrisa que hacia juego con la pureza de sus miradas. Lentamente él se inclinaba y se recostaba a su lado, muy pegado a ella como si fueran uno solo y tiernamente la acariciaba hasta que ella vencida por el amor de las caricias se dormía entre sus brazos mientras lágrimas de felicidad mojaban sus mejillas, lágrimas que él besaba y bebía porque sabía que no había nada más puro que esas lágrimas de amor verdadero…. y saciada su sed se durmió serenamente, mientras sus brazos la rodeaban y sus bellos ojos se humedecían de felicidad por tenerla a su lado.