Habiéndome ahogado en el calor de las sombras, caminado en las palabras de todos los hombres y volado en la boca de algunas mujeres; quise yo desentenderme del hambre de los vivos, que crece en el espejismo de Roma y que por desgracia todos quieren que se encienda en sus ojos algún día. Y en el momento que ponía en marcha mi anorexia ¡Hele nardo! jeró de pasiones etéreas; dulce a los ojos, los oídos y la muerte misma, caótico como las olas y calmo como el ulular de las hojas que reposan en la higuera; donde la flor maldita acaba conmigo; envenenando mi último alimento.