Duele tanto la penumbra de esta soledad
como siempre absurda pero inevitable,
duele la rabia de no poder explicar con palabras
el tormento desolador de estas lágrimas,
que son para mi alma sangrante
como una torrente de vinagre.
Duele que duela y duele que no estés,
comprender al fin que nunca estuviste en mi vida,
que tal vez jamás formarás parte de mi realidad,
a pesar de este amor sin medida.
Siento el peso cruel y despiadado de tu indiferencia,
inocente, ignorante tal vez de mi agobio,
de mi llanto y de esta borrachera
que no consuela ni alivia mi pena,
pero al menos espanta la cobardía.
Es cruel y despiadado el peso de tu inocencia,
juzgada injustamente por el dolor de mi alma
que traicionada y aplastada por la impotencia,
no tiene libertad ni deseos de enfrentar al corazón
con la cordura de la conciencia.
Tengo sin embargo la falsa ilusión
de que escucharás mis lamentos,
infortunados y casi sin eco.
Solo la falsa ilusión es mi aliciente.
Acurrucada estoy, cual un bebé en el vientre
desolada en la oscuridad de este rincón insolente,
donde el piso, también frívolo,
es mi único refugio y mi confidente.
Duele tanto la ansiedad desesperada
de querer tenerte
y la conciencia absurda e inevitable
de saber que no es prudente.
Y ésta borrachera que no me mata,
me da el coraje de presenciar serena finalmente
la ruina y el fin de mi alma que ya desfallece.