Ella estuvo atrapada entre espejos
prisionera de su propio reflejo.
La luz oscura de lejano arte
le daba fuerzas para resignarse,
para anhelar otras corrientes de viento
que la llevaran a otras dimensiones.
Su pobre amor, roto, escaso,
no era fuente vital de sus antojos,
sus manos languidecían,
¡Y ella quería pintar!
Quería volar en alas de colores,
de figuraciones ajenas al dolor,
al casi encierro de laceraciones.
Su voz perdida entre lamentos
no le servían a su itinerario,
a su rutina gris.
Al fin, ¡la luz!, el vuelo libertario,
su garganta entregada al nuevo canto,
sus manos, sus pobres manos,
de nuevo sintiendo el encanto
del pincel, del lápiz, del dibujo necesario.