Si tus olas hubieran llegado a tiempo a mis brazos,
hubiera podido contener tu cuerpo descubierto.
Aquí quedan las palabras congeladas sobre las rosas,
sus vuelos de palomas, sus ofrendas de ternura
y un camino diferente de quietud.
El roce de las espinas sobre tu piel inocente
va dejando un ligero rastro de tu epidermis para mi guía,
inocuos arañazos del vivir que nos acercan
al aliento silvestre que va quemando las palabras,
dejando sus marcas profundas en la arcilla del tiempo.
La noche nos ampara en la sed de silencios donde
la voz de las miradas satisfacen el temblor
carnívoro que nos devora.