Moreno, así se llamaba el caballo de mi abuelo Juan, bueno, Juan no, más bien Jaime pero en la aldea todo el mundo lo conoce por Juan. Nunca me contó por qué pero no descarto la hipótesis de una prolongación del sexo, aunque conociendo a mi abuelo si de algo estoy segura es de que de ser verdadera esta hipótesis el cómo sería mediante remedios caseros. Si tienes catarro, el sebo del cerdo embadurnado en papel de saco. Si tienes gases, mejor fuera que dentro ¿cómo? haciendo fuerza de toda la vida, diría él. Para la circulación vinagre ¿Por qué? no tengo ni idea. Si te portas mal, culo al aire y ortigas ¡¡Plash!! ¡¡Plash!!. Y la lista es infinita pero ahora volvamos al caballo.
Moreno se caracterizaba por su gran porte. Medía aproximadamente entre 163 y 183 cm y su pelaje era mulato, de ahí su nombre. Mi abuelo lo usaba para labrar, arrastrar herramientas agrícolas y, para tirar de un carro de madera con kilos de paja y por supuesto, yo encima. Cuando cargaba estiércol prefería ir andando y siempre me decía “Eres tú muy lista; no hay quien te joda” y a continuación repetía la canción de siempre “te apuntas para los mejores momentos. Cuando hay que levantarse temprano para dar de comer a los animales, no me echas una mano” Yo me reía. Era más divertido como lo hacía él.
Una de las muchas cosas que aprendí de mi abuelo es que más vale que sobre que no falte. Y, a él, todo le parecía poco hasta que llegaba el desastre y como dice un monologuista “explotar explotó,pero no comió”. Pues sí, en varias ocasiones a mi abuelo se le fue la mano con la comida de la misma manera que a los animales se les iba el morro, en especial, al caballo. Y luego el desastre: el mulato no se podía levantar; entonces que no invada el pánico, el abuelo Juan tenía remedio para todo: para hacer la digestión, de arriba a abajo y de abajo a arriba