Pálida la palabra se rezaga
en el lecho vació que dejaste,
sin color se viste la seda y queda
con olor a partida sin regreso;
mi intento de hablar es un retroceso,
es la llama que encendida, se apaga.
Es tu adiós una inquebrantable daga
que hiere aun sin atravesarme el pecho,
se me queda en la palabra muerta,
hendida en la mejilla, como el beso
engañoso que se entrega sin pedirlo
y libera los sollozos de lo inesperado,
sueños rotos, suspiros enjaulados
como quien se entrega a lo injusto,
y queda preso de sus acciones,
y al final las paga.
No sé cómo decírtelo; me has vencido,
dejándome en sequedad el espíritu
hundido en las ignominias de lo perdido,
con temor de algún día lamentarlo.
Llueve hoy en mí, me ha llegado el apocalipsis
y tal vez a ti mañana, te llegue, pero mientras
eso pasa, la lluvia que nos separa y nos hermana,
inundara de dolor nuestras almas, y se llevara
en su caudal los anhelos que un día tuve,
dejando una destrucción interna que obstruye
la esperanza de tener un nuevo mañana,
sin pensamientos y sin sentimientos porque
será tan difícil articularlos.