Era martes por la tarde,
cuando recostada sobre mi cama me percate del vano entorno que se anunciaba con el ir y venir de cualquier día.
No hacía falta ver claro y lucido
para saber que me helaba de los poros hacia adentro,
cuando antes y ahora de vez en los miles de segundos la vehemencia me cubría toda botando la razón hacia el más vil de mis costados.
Ahora enfrento
la más típica de mis facetas,
y la más idiota…
Cuando te preguntas qué haces sola
y buscas correr hacia algún lado,
aun así no logras distinguir a donde,
Te repartes
y vuelves a tu cama
colmando conjeturas
que terminan siendo destellos de la palidez que se avecina
junto a la más amarga culpa.
Era martes… miércoles… jueves…
era todos los días
oscilando entre frio y cálido,
entre uno y otro semblante,
forzando un
sentimiento en su sepulcro.
Que triste no percibirme un rojo talante,
y si hay que darle una descripción
que sea
miserable,
menguante,
vacía…
Que triste martes por la tarde.
Que tristes los días.
Grande tu hoguera.
Y mis manos frías.
Grande mi hoguera y tus manos frías…