La conocí en un bar una noche sin luna
después que la fortuna me enviara a pasear,
desnudo, sin lugar, sin esperanza alguna,
calmé mi desconsuelo en ese oscuro bar.
Era bella, atrevida, aquella mujer era
la flor de primavera, aun marchita, divina.
A mis ojos viciosos a mi me pareciera
la estatua que atractiva embellece una esquina.
Embriagado de miel, propenso al desvarío
-en amor al calor siempre sucede el frío-
su vida incursioné tras de un nuevo bautismo.
Qué duro lo pagué por lanzarme al vacío
solitario, sin red, hacia un mundo sombrío,
¡hoy sufro en la prisión asomado al abismo!