Cuellos estirándose al son de cada sollozo,
ansiando ver aquel rostro roto por esa pena que no cabe en el cuerpo.
Vertiente infinitas de miradas morbosas.
Masoquistas ritos que sin contemplación de las piernas de papel y brazos de plomo
obligan a soportar de pie aquellos consuelos estériles
para aquel dolor que no se puede llorar.
La muerte y la maldad coludidas en un mismo negro,
vestidas con el mismo saco.
Lluvia de sinsentidos que riega un afecto estéril
por una flor que no fue alabada, hasta que fue marchita.
Y mientras la fiesta se viste de hipocresía
unos oídos sangran por cada palabra que no escucharon,
huesos se rompen al colisionar con ese silencio eterno.