Rindiéndonos plácidamente ante las siluetas
que destapa la noche en la costanera misionera,
nuestros pies se multiplicaban en la arena.
Nos enredábamos los brazos, nos prestábamos los ojos y juntos girábamos
y con nosotros giraba el cielo y los planetas, el universo y sus galaxias
hasta que todo se frenaba violentamente
con la explosión de un par de labios que sedientos se ahogaban
y sedientos volvían a girar.