El mal existe, sí, yo lo conozco,
se cruza por mi lado cada día,
entre rezos, está en la sacristía
y en tugurios de alto y bajo costo.
Los veo pulular por las ermitas,
u ocultos tras de los confesionarios,
sibilinos y a veces ordinarios,
sarracenos y en general cainitas.
Escondidos, están siempre al acecho
a que puedan saltar sobre su presa
y engullirla dejando allí el desecho;
mas no esperen que él sièntase maltrecho,
que a la maldad el bien no le interesa
pues nunca ha de penar por lo que ha hecho.