Subido en su caballo percherón
-jamelgo no de carne, de cartón-
ansioso por llegar al Orinoco
este que aquí escribe, un poeta, un loco,
agarrose a sus crines con tal brío
que abalanzó retándole al vacío
en medio de una extremada excitación
¡válgame dios ¡ay! menudo coscorrón!
ahora yo al pensarlo aún me río.
Y aunque algunos creais que desvarío
ante tamaña hilarante narración,
tanta fue la sensación, tal la emoción,
que hoy ante el escenario más sombrío,
si encuentro un flotador, me tiro al río.