Diaz Valero Alejandro José

La tortuga Betulia y el dinosaurio Isauro (cuento)



Esta historia salió de una conversación de una vieja tortuga y su nieta.
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La tortuga comenzó diciendo: “Esta historia ocurrió hace millones de años cuando vivían los dinosaurios, claro que nosotras las tortugas también existíamos en esa época, solo que nosotras hemos sobrevivido en el tiempo”.
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- ¿Y por qué abuela? Preguntó la pequeña tortuguita
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- Es que la forma de vivir de ellos era muy agitada y violenta y era evidente su presencia por los destrozos que hacían y como eran seres muy destructivos por naturaleza, era casi imposible que convivieran con los humanos.
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- ¿Tú crees abuela? volvió a preguntar la curiosa tortuguita
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- Bueno eso es lo que he pensado durante muchos años, contestó la abuela.
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- Ah bueno abuela, cuéntame la historia, prometo no interrumpirte más, dijo la tortuguita muy animada por conocer más sobre la vida de los dinosaurios.
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- Bien, te contaré parte de la historia que conozco, escúchala bien para que cuando seas abuela se la cuentes a tus nietos, así como a mí me la contó mi abuela”, dijo la tortuga, la cual tomó un poco de aire y comenzó a contar:
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“En aquel tiempo mi bisabuela que era muy pequeña aún tuvo un amigo dinosaurio llamado Isauro, el cual compartió con ella una bonita amistad”
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“Mi bisabuela se llamaba Betulia”
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“Betulia siempre aconsejaba a Isauro para que se tranquilizara, pues siempre andaba muy agitado y muy inquieto, miraba para todos lados y como era una especie superior siempre pensaba en dominar todo el territorio”
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Isauro escuchaba a su amiga Betulia y le explicaba que él era así porque sus padres y abuelos también eran de esa manera. “Nuestra especie es depredadora y debe imponerse ante las otras especies, y si tenemos que destruir todo, lo destruiremos”, le decía.
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“No Isauro”, le decía Betulia en voz baja, “la vida no puede llevarse de esa manera, tú eres otro ser distinto y puedes actuar diferente, la tranquilidad es importante y sobre todo la paciencia para poder sobrevivir”.
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“Tú dices eso porque tú eres muy tranquila como todos los de tu especie y por eso te es fácil, yo no puedo ser así”, comentaba Isauro.
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“Sí puedes amigo, sí puedes. Hay familias donde los padres son groseros y engañan a los demás haciéndoles daño para poder llevar comida a su casa, y eso no quiere decir que los hijos tengan que hacer lo mismo, si ellos descubren que eso es malo y que eso no les conviene, seguramente se apartarán de esa forma de vida y serán distintos, pero es más fácil decir que uno es así porque los padres son así”, le decía Betulia.
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Y prosiguió diciéndole: “En cambio si tú ves cosas buenas en tus padres, seguramente querrías ser como ellos y te sentirías orgulloso de serlo, pero si haces sus cosas malas nunca estarías orgulloso, al contrario vivirías igual que ellos, avergonzado y muy indiferente ante el mundo”.
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“Yo quiero tener tu paciencia amiga Betulia”, le dijo Isauro, y continuó: “sé que tú has aprendido de tus familiares por eso te es más fácil vivir de esa manera”.
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Y así fueron pasando los años y los dinosaurios siguieron en su afán de dominar el mundo y enfrentaron ferozmente a la especie humana y hubo grandes batallas entre ellos pues les muy era difícil convivir en el mismo espacio.
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Hasta que un día dejaron de verse los dinosaurios, nadie sabe qué pasó con ellos, sólo se sabe que se extinguieron de la faz de la Tierra.
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La tortuga Betulia cuenta que su amigo Isauro, el pequeño dinosaurio también se extinguió a pesar que él estaba aprendiendo a ser dócil y pacífico porque quería vivir mucho tiempo como las tortugas; en el fondo Isauro estaba convencido de que era mejor cambiar su forma de vivir para compartir el mundo con los humanos.
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Después de millones de años aún siguen las tortugas con su vida pacífica y con una gran sabiduría que les ha permitido permanecer en la Tierra desde la época de los dinosaurios.
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Lo importante de todo es adaptarse a los cambios que la vida nos va presentando y aprender a reaccionar en cada nueva etapa para mantener la continuidad de la especie.
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“Gracias abuela”, dijo la pequeña tortuguita mientras abrazaba a la vieja tortuga, y juntas pasaron aquella tarde a orillas de un pantano, bajo la sombra de un inmenso árbol, oyendo el canto de los pájaros y mirando el sol que se ocultaba a lo lejos.
FIN.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela