Me he bebido el frio tenaz de tu garganta
en un sorbo de beso cincelado, sobre tus
labios cálidos y rigurosos, bellamente
besables y queridos.
Me he olvidado del mundo en un instante,
con la mente volando en el subsuelo
de sus cicatrices, queridas y amadas marcas
del querer inconsciente.
Me he empinado sobre la estatura de una nube,
para ver más allá del cercano horizonte, para
buscar una estela sobre el viento, que me lleve
ligera hasta el final de tus pensamientos.
Me he acercado a un volcán reverdecido,
redondeada su cima, y cargada de flores,
con su fuego extinto en su vientre calado;
paradoja de amores, que con el fuego
amansado, aun permanecen amando,
pues sus cenizas han sido alimento
cabal para las nuevas flores.