Viento_de_Levante

Juan Iniesta

 

                                 Más allá de los límites de la Tierra, más allá del  

                                 Infinito, buscaba yo el cielo y el infierno. Pero una

                                 voz severa me advirtió: ““El cielo y el infierno están en ti.”

                                                                             Omar Khayyam

 

 

                                             JUAN  INIESTA

 

 

 

        Juan Iniesta, se quejaba de todo. El día que amanecía nublado protestaba porque no había sol. El día que había sol, se quejaba porque hacía calor, si no llovía, porque se estaba secando el campo, y si llovía, porque hacía mal tiempo. Era el perfecto inconformista. Pesimista por naturaleza, siempre refunfuñaba por cualquier cosa fuese de la índole que fuese. Incapacitado para  gozar de las pequeñas cosas, todo se le antojaba gris en el ambiente donde se movía.

     Su esposa y sus hijos trataban por todos los medios hacerle entender que las cosas no eran como él las veía, que era cuestión de que se replanteara su forma de ver el mundo, y que se podía ser moderadamente feliz con solo apreciar las cosas que la vida misma pone a nuestro alcance. Pero Juan no se apeaba del burro, y erre que erre seguía con su costumbre de verlo todo negro.

         Un día, al abrir la primavera, Juan salió temprano a dar un paseo por un bosquecillo próximo al lugar donde vivía con su familia. La mañana era esplendida, los prados llenos de toda clase de florecillas, daban a estos un aspecto de alfombra de mil colores. A medida que se acercaba al bosque, el piar de los pájaros y el revoloteo de las mariposas, junto con el zumbido de las abejas que libaban en aquel edén, mostraban un cuadro primaveral precioso, pero el, ajeno a toda aquella belleza que había a su alrededor no se daba cuenta de nada. De pronto, un ligero y fresco vientecillo se coló en el ambiente y le hizo sentir un poquito de frío. Maldijo por no haber cogido alguna chaquetilla por si se echaba fresco, cosa esta muy normal en esa época por aquellos lugares.

         En esas iba, cuando un poco antes de llegar al bosque observó que una tenue neblina se había levantado en torno a él, se dijo que aquello no le impediría dar su paseo pues algo así se evaporaría enseguida que el sol tomara fuerza. Se internó en el bosque, y aunque notó que la niebla iba en aumento decidió seguir adelante, pues de sobra conocía todas las sendas que lo cruzaban, y no había ningún problema pese a que aquella molesta niebla se espesaba por momentos.

     ¡Qué extraño era aquello! Juan empezó a pensar en retroceder, pues todo él estaba empapado con la humedad que la bruma desprendía, y eso le producía un frío pegajoso que ya le hacía castañear los dientes.

     A los pocos minutos, la niebla se hizo tan densa que la luz del día desapareció por completo, la oscuridad era tal que no veía los árboles ni los matojos que estaban a escasos centímetros de el. Se dio la vuelta para regresar, pero ante su extrañeza notó que sus pies pisaban el follaje y las plantas del bosque.

   -Me he salido del camino.

         Pensó, y varió la marcha un poco a la izquierda para retomarlo, pero no lo vio, cambió el sentido hacia la derecha y tampoco pudo encontrarlo, siguió caminando en lo que creía era la dirección correcta andando a campo través, pero pasados diez o quince minutos, (tiempo que el creía suficiente para haber salido del bosque) comprendió que estaba desorientado. Trató de no ponerse nervioso, y caminó buscando la salida de lo que ya le parecía un condenado laberinto; empezaba a estar asustado, pues nunca le había pasado nada igual por aquellos contornos que conocía a la perfección desde su niñez.

Lo que sucedió a continuación, fue algo que Juan no podría explicarse nunca. Ya en la más completa oscuridad empezó a notar que la niebla se iba convirtiendo en un espeso muro que le rodeaba, y apenas le permitía moverse. Lo que en un principio le parecía de un material gomoso y flexible empezó a solidificarse con tal consistencia que se sintió atrapado sin poder dar un solo paso. El miedo hizo presa en él, y haciendo un gran esfuerzo logró sentarse sobre una piedra grande y allí quedó inmóvil, como si estuviese dentro de un bloque de cemento que ya hubiese fraguado. Sintió una angustia horrible, perdió la noción del tiempo, y lloró sin consuelo pensando que nadie le encontraría jamás dentro de aquella pared que le había apresado y que no tenía ningún sentido que estuviese allí. Se dejó llevar, cerró los ojos y recordando a su esposa y a sus hijos, perdió el conocimiento.

   Pasado un tiempo imposible de calcular pero que a él le pareció una eternidad, comenzó a recuperar la conciencia, todavía medio dormido, intentó abrir los ojos, pero los cerró de inmediato cegado por la intensa luz del sol que le daba de lleno en el rostro, y que se filtraba a través de un claro entre las tupidas ramas de los árboles. Movió brazos y piernas para desentumecer los músculos, se levantó despacio intentando recordar donde estaba, y al momento vio el camino que pasaba a un par de metros de donde había permanecido todo el tiempo, se orientó por la posición del sol y reconociendo ya cada palmo de terreno, con el corazón en la garganta, corrió hacia su casa.

   Cuando salió del bosque, el prado con toda su belleza se ofreció a sus ojos, con sus flores y su verde alfombra de césped, y ahora si, ahora Juan quedó maravillado ante tanta hermosura como se desplegaba ante él ¿Como no apreció antes lo bonito que era todo aquello? ¿Como sus ojos nunca habían sido capaces de ver aquella maravilla?

   Llegó a su casa pensando que en su familia estarían preocupadísimos por su prolongada ausencia, además no podía explicarles nada, puesto que él no tenía ni idea de que le había ocurrido. Su sorpresa fue grande cuando al entrar en el salón encontró a su mujer y a sus hijos sin aspecto alguno de estar preocupados, y desayunando tranquilamente. Carmen le miró sonriendo, y preguntó.

            -¿Qué tal el paseo?

           -Bi…bien. -Respondió tartamudeando Juan.

         -No creíamos que ibas a regresar tan pronto, si no te habríamos esperado para desayunar.

       -Verás, -dijo el, bastante desconcertado.-yo creía que había tardado mucho tiempo en volver.

       -Pero hombre, si apenas hace una hora que te fuiste. -Contestó riendo su esposa.

         -Venga siéntate que te preparo el desayuno en un momento.

         Juan guardó silencio, y mirando profundamente a su familia, se sentó a la mesa y desayunó sin decir palabra. Una vez que terminó, Y al verle tan pensativo, Carmen le preguntó

         -Juan, ¿Te ha ocurrido algo?

         -Nada, nada. -Respondió Juan.

         -Es que me despisté un poco y…

       -Bueno, ya estas en casa.-Respondió Carmen.

       -Mira, como hoy es domingo y hace un día precioso, he pensado que podíamos salir al campo, e incluso comer en el bosque unos bocadillos que voy a preparar, así gozaríamos de un hermoso día de primavera. Juan asintió en silencio, fueron al prado, comieron en el bosque donde todo era paz y tranquilidad, y donde no existía rastro alguno de nieblas ni oscuridades.

       Ahora se sentía feliz, podía reconocer cada signo de belleza que encontraba a su paso, y se juró que en adelante no dejaría de gozar en compañía de su familia de todas las cosas bonitas que le rodeaban, por insignificantes que pudieran parecer. 

 

Viento de Levante