Delicioso tormento que a mis ojos lastima tan poética belleza
coronada por rojos
matizados en el alma,
colgados en el viento
como lenguas de fuego,
consumiendo en un instante
toda mi vida,
volviendo ceniza los versos,
enraizando cada sueño.
Ay perfecto crepúsculo que acarician
tus manos, delicioso vino rojo,
dulce embriaguez de mis días:
eres el vicio sin el cual no existo.
Déjame andar tu cabello
como si no hubiesen más noches,
rodar con ellos por cada hora,
vestirme la mirada
con ese rojo que se cae en tu espalda:
la sangre corriendo por las venas
textura de todos mis poemas.